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domingo, 31 de agosto de 2008

Cuando comer yogur natural se convierte en una costumbre

Te levantas y te quitas las ganas que te quedan por seguir acostado, por continuar con el agradable sueño que estabas teniendo, miras por la ventana, el día, avanzado ya, no ha esperado por ti y camina con paso seguro. Observas como otros se han incorporado, y lo acompañan, embuidos en sus quehaceres, dejándose llevar por las horas, algunos, aturdidos, miran hacia dónde tú estás, parece que te están mirando, parece que saben que tú aun no has empezado la jornada. Apartas la vista, ya que no llevas puesto todavía tu escudo contra la humanidad, y temes que te dañen, no quieres por nada del mundo empezar el día con la sensación de haber perdido, ya, tan pronto, algo que ansiabas encontrar.




Alargas el brazo y abres la puerta, no se resiste, no te impide avanzar, la puerta colabora con tu principio, con tu comenzar. El pasillo, aparece largo, como una cuerda que te une con tu futuro, oteas el horizonte, nada a tu alrededor que haga peligrar esos primeros pasos. Avanzas, ya sin peligro, ya seguro de ti mismo hacia el baño.

Allí, en el baño, como otras mañanas, como siempre, realizas la misma acción, una misión exculpatoria, donde vacías todas tus penas, y abandonan tu cuerpo las sombras de la duda.

Te giras, y una figura parece observarte, maliciosa, agresiva, mordaz, haces un rápido movimiento y te pegas contra la pared, de reojo intentas descubrir quien es, parece que se ha ido, tal vez, presa del pánico. Te decides a avanzar, vuelve a aparecer, esta vez, recojes todo tu fuerza, tu valor, y la miras a los ojos, pronto te das cuenta de que el miedo se apodera de ti, te has quedado inmóvil, esos ojos han atrapado tu movimiento, y no puedes alejarte, no te permites un instante de compasión, sabes que has perdido, te ofreces para el sacrificio, pero inútilmente esperas el momento final. En un abrir y cerrar de tus ojos, atisbas en esos ojos, en esa mirada algo que te resulta familiar, eres tú mismo, es tu reflejo en el espejo, respiras hondo, acabas de pasar uno de los peores momentos del día, tardas un tiempo en reaccionar, no es fácil enfrentarse a uno mismo, y tú has salido victorioso. Consigues apartar, por fin, la vista, ya no importa, sabes que no podrá salir de su cárcel de por vida.

Tus pasos te acercan a la cocina, sientes el frío del suelo, pero caminar descalzo te proporciona ese nexo de unión con la realidad, esa fría, dura e impasible, constante, compleja, ajena a cualquier lazo emocional con tu persona, ella perdurará por siempre, mientras tú, cuando ya hayas desaparecido, cuando se haya desvanecido tu recuerdo, nada podrás hacer por mantenerte en pie, ni aun siendo monolítico, altivo, ella ganará, no sólo la partida, sino todas las manos. La cocina, aparece ante ti, como un lugar de encuentros, puedes recordar la cena de hace dos días, la comida del mes pasado, la discusión de hace dos años, imágenes inconexas, sensaciones encontradas, todo eso logras apartar de tu mente, al abrir el frigorírifico. Intentas localizar tu alimento mañanero desde 1985.

Tus primeros momentos en este nuevo día ya han pasado. Los dejas atrás con las primeras cucharadas. Estás preparado, lo sabes, ese momento es tú momento.

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