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miércoles, 22 de septiembre de 2010

Copia y Pega. La formación del espíritu borreguil.

Una vez más os dejo una reflexión de Daniel Martín.



En “Introducción a la literatura española. Guía práctica para el comentario de texto”, libro escrito por María Clementa Millán Jiménez y Ana Suárez Miramón y editado por la UNED, se dice que el Romanticismo español se vio influido por “la propagación del movimiento prerromántico de Sturm un Drang abanderado en Alemania entre 1750 y 1770 por Goethe y Schiller”. Teniendo en cuenta que el primero nació en 1749 y el segundo diez años después, ¿hablamos de un asombroso caso de precocidad o de un descomunal disparate (1) publicado en un texto universitario?

A esto ha llegado el despropósito en el entorno educativo español. Muchos son conscientes de que el mundo internáutico está lleno de errores y deben comprobarse fuentes y datos. Pero cada vez menudean más las sandeces en libros, enciclopedias e incluso en textos escritos por presuntos expertos. Definitivamente, a día de hoy es muy difícil saber a qué atenerse.

Sin embargo, la opinión dominante entre nuestros expertos psicopedagogos es que el alumno, antes que estudiar datos de cualquier tipo o demostraciones matemáticas, debe adquirir la “competencia de aprender a aprender”. Cualquier cosa que suponga un esfuerzo o una posibilidad de estrés ante la dificultad de una asignatura son automáticamente proscritos con la excusa de que hoy en día se tiene acceso a casi todo en cualquier momento y lugar. Pero si dos profesoras de una universidad son capaces de dejarse meter un gol tan gigantesco, me pregunto cuál es la fiabilidad de todo lo que leemos, oímos y vemos por ahí.

Da la impresión de que realmente no se pretende, siquiera en apariencia, que los chavales aprendan nada. Primero se eliminaron los valores de esfuerzo, mérito y excelencia. Ahora van a por los propios contenidos. Como afirmaba Revel, los antiguos “eran tiempos en que, para aumentar el número de aprobados, la política del ministerio consistía en hacer más sabios a los candidatos y no más fácil el examen. Dar clase a alumnos no consiste en interesarlos, sino en hacerlos trabajar y, si es necesario, obligarlos a ello”. Aún más si ahora ni siquiera los doctores saben de lo que hablan.

Pero, insisto, ni el espíritu de nuestros mandamases ni de los psicopedagogos que analizan y proyectan el cotarro va por ahí. La última estrategia es cargar contra las antiguas lecciones magistrales por considerarlas poco útiles, poco “educativas”, nada aptas para la manera de funcionar el cerebro. Ahora lo que se lleva es el aprendizaje colaborativo, constructivista o conductivo, en cualquiera de sus variantes. No es el profesor el que enseña, sino los alumnos los que aprenden a trabajar y cooperar en grupo para alcanzar unos resultados a la baja, porque lo importante es que todos aprueben sin importar lo que sepan.

Nada paradójicamente, ya no abundan los Castelar, Unamuno, Ortega, Marañón y otros antiguos intelectuales de primera fila. Cada vez se sabe menos, pero en cambios tenemos muchos más universitarios, alumnos y profesores. La uniformización de la enseñanza ha conseguido que la excelencia se haya eliminado pero que haya muchos licenciados, graduados, incluso doctores, que hace medio siglo no se habrían merecido el título.

Sin embargo, el asunto parece contentar a la sociedad. Tan solo unas cuantas agrupaciones de profesores y unos cuantos padres preocupados se dan cuenta del disparate. En lugar de intentar sacar lo mejor de cada alumno y llevarle, con esfuerzo, hasta sus límites de conocimiento, se intenta que todos sepan lo mismo a costa del mérito y de la individualidad. A veces pienso que de lo que se trata es de crear un rebaño de ovejas en lugar de una sociedad de ciudadanos únicos y dotados de espíritu crítico.

Kapuscinski escribió que “hay una condición imprescindible para que se dé una dictadura: la ignorancia de la multitud, y por eso los dictadores siempre la cuidan mucho, la cultivan”. De modo análogo, nuestros gobernantes cultivan la ignorancia para prolongar la existencia de la partitocracia despótica. Con un sistema de mínimos se crea la apariencia de una educación universal. Pero, siguiendo el modelo estadounidense (sin su capacidad para crear a cambio una élite académica e intelectual), tan solo se fomenta una sociedad débil de individuos ignaros. Es una buena manera para conseguir, por ejemplo, que George W. Bush gane unas segundas elecciones presidenciales o que aquí, en España, nadie haga nada a pesar de la corrupción moral, política, económica, en definitiva global, que afecta al Estado y sus adláteres.

Bien pensado, en la siguiente edición del libro de la UNED hay que quitar los nombre de Schiller y Goethe, y los de Cervantes, Quevedo o Galdós de los de la ESO. Lo primordial según nuestros actuales modos educativos es eliminar cualquier tentación de pensar que tenga el alumno. Y esos geniales autores, aunque poco pedagógicos, resultan tremendamente subversivos: ¡Invitan a la reflexión!

(1) ¿Recuerda alguien cuando la “Antología del disparate” sólo recogía respuestas de alumnos?






Enlace original del texto



Periódico digital La república

y como siempre digo, ¿y tú qué opinas?.