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Oscuro, es el camino que tienen que recorrer los individuos con mentes ajenas.
Quisiera que estas mentes, vieran en "Mentes Ajenas", una parada en ese camino,
un alto, donde poder apaciguar la sensación de soledad, la sensación de no poder
compartir con la gente sus ideas, sus temores, sus ideales, por ser tachados de "raros,
locos, o cosas peores". Bienvenidos, una mente ajena os saluda.
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sábado, 4 de junio de 2016
Memorables: Billy Elliot. De Daniel Martín.
Billy Elliot, película cuya trama central es cómo un chaval de un condado perdido del norte de Inglaterra ve cumplido su de entrar en el Royal Ballet School. Pero lo que realmente importa y emociona es el trasfondo familiar y social en el que transcurre el drama.
domingo, 8 de mayo de 2016
Memorables: Agárralo como puedas Daniel Martín Ferrand | 08/05/2016. República.com
jueves, 2 de enero de 2014
Copia y pega: Memoriables Clerks de Daniel Martin.
En 1994 Kevin Smith irrumpió en el panorama cinematográfico para convertirse en un icono del cine irreverente y políticamente incorrecto. Quizás haya hecho mejores películas, pero su primer largometraje, “Clerks”, ya presenta todas las constantes de un cineasta más que interesante.
De muy bajo presupuesto, el filme no cuenta una historia concreta. Dos jóvenes, Dante y Randall, atienden al público en una pequeña tienda mientras bromean, toman el pelo a algunos clientes, vaguean, mientras viven y hablan de todo sin tener prisa por llegar a ninguna parte.
Precisamente una de las grandes novedades de “Clerks” es que no lleva a ninguna parte. Se limita a presentar una sucesión de diálogos, chistes y gags con el único, en apariencia, propósito de hacer reír al respetable.
Pero hay mucho detrás de “Clerks”. Smith presenta una sociedad en decadencia donde los valores agonizan trastocados y cada uno intenta sobrevivir como puede. Los camellos, Jay y Silent Bob, pertenecen al grupo tanto como cualquier otro hijo de vecino. Este lugar perdido de Nueva Jersey, mísera, es un espejo donde reflejar cualquier otro pueblo secundario de Occidente.
Aparte, ya en su primer largo Kevin Smith supo presentar una memorable serie de personajes que, cercanos a la farsa, consiguen parecer de carne y hueso. La película va de coña pero, gracias a que los personajes se lo toman todo muy en serio, hace más gracia por su apariencia de experimento cutre rodado con ínfimo presupuesto y enorme talento.
A partir de “Clerks”, la carrera de Smith ha sufrido enormes altibajos. Pero este filme de cuatro perras muestra un enorme talento y una enorme capacidad crítica. Sigue siendo tan fresca como cuando se estrenó, aunque su irreverencia haya quedado trasnochada. Ese es el gran problema de estos tiempos.
martes, 14 de mayo de 2013
copia y pega: Adios a la voz - Daniel Martín en el diario La república
Cuando falleció Carlos Revilla, la primera voz española de Homer Simpson, costó horrores acostumbrarse a los nuevos modos de Carlos Ysbert. Desapercibidos, aunque indispensables, nuestros actores de doblaje -que dominan las palabras infinitamente mejor que los de “carne y hueso”- forman parte de nuestra memoria. Así, por ejemplo, John Wayne queda mejor en cualquiera de sus dos voces españolas que con la suya propia. Cuestión de costumbre, claro está, pero verdad indubitable.
Entre todas estas gigantescas voces que han traducido, y bien, el cine extranjero para ponerlas al alcance de nuestras almas destaca sobremanera la monumental figura de Constantino Romero, showman, espléndido actor con su voz varonil de terciopelo y acero, voz envidiada por la gran mayoría de los actores a los que dobló. Entre ellos, el más destacado fue Clint Eastwood, que en español no sería nada sin la voz del doblador. Million Dollar Baby, Sin perdón, Los puentes de Madison, donde el director y actor tocó el cielo, en español quizás hasta mejoraron gracias a la labor de una figura inconmensurable de nuestro cine.
Aparte de Eastwood, no podemos olvidar que Contasntino Romero dobló a un sinfín de actores. Algunos de ellos, en personajes inolvidables. El más auténtico “Bond, James Bond” en castellano fue el de Roger Moore. O aún seguimos recordando el “Sayonara, Baby” de Terminator con un timbre que da miedo al más pintado.
Pero, sobre todo, jamás podremos olvidar -sobre todo los de mi generación- el “Yo soy tu padre” de Darth Vader a Luke Skywalker. En inglés la retumbante voz de James Earl Jones es sobrecogedora. Aún mejor la de Constantino Romero, para mí, por ello, el mejor villano cinematográfico de la historia.
Aparte, Constantino Romero fue un artista polifacético. Hizo mucho teatro y, según dicen, de manera impecable. Aparte, se hizo tremendamente popular gracias a la televisión, donde presentó algunos programas memorables como La parodia nacional o Alta tensión, aunque yo siempre me quedaré con El tiempo es oro, soberbio concurso cultural. Aparte, con su reconocible porte, siempre de esmoquin, Romero fue ejemplo de elegancia y señorío, algo incompatible con la ramplonería que hoy impera en los canales generalistas.
Constantino Romero pasará a la historia como parte inseparable de la banda sonora del cine norteamericano de las tres últimas décadas. ¡Por Dios, si hemos perdido a Darth Vader! ¿Es posible ahora una continuación de la saga? Aparte, si Clint Eastwood es el director más importante del último cuarto de siglo, en español parte del mérito hay que dársela al doblador, un modelo a seguir por todos esos actorcillos que apenas saben vocalizar, a los que apenas se les entiende una sola palabra.
Romero, hace 30 años, dejó un epitafio inmejorable en su doblaje del discurso final de Blade Runner, dando sonido a la cara de Rutger Hauer: “Todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia… Es hora de morir”.
Afortunadamente, el cine es impermeable.
Fuente original en la Republica
martes, 5 de febrero de 2013
Copiar y pegar: Oligarquía y caciquismo. Daniel Martín en Diario Republica.com
“No es la forma de gobierno en España la misma que impera en Europa: nuestro atraso en este respecto no es menos que en ciencia y cultura, que en industria, que en agricultura, que en milicia, que en Administración pública. No es nuestra forma de gobierno un régimen parlamentario, viciado por corruptelas y abusos, según es uso entender, sino al contrario, un régimen oligárquico, servido, que no moderado, por instituciones aparentemente parlamentarias. O dicho de otro modo: no es el régimen parlamentario la regla, y excepción de ella los vicios y las corruptelas denunciadas en la prensa y en el Parlamento mismo durante sesenta años; al revés, eso que llamamos desviaciones y corruptelas constituyen el régimen, son la misma regla”.
El texto anterior no se ha escrito hace poco. Es un fragmente de Oligarquía y caciquismo como la forma actual de gobierno en España: urgencia y modo de cambiarla, escrito por Joaquín Costa y publicado en 1901. La directísima denuncia de la corrupción imperante en la España de la época, lejos de conmover conciencias, sirvió para que el sistema ningunease, de manera plena y decisiva, al pensador y utópico aragonés que, desesperado, se retiró a la villa de Graus hasta su muerte, en 1911.
Costa, junto a muchos de los pensadores de su época, como Unamuno o Baroja, hace treinta años era estudiado en los colegios como un adelantado a su tiempo, como una persona que tuvo la lucidez y la valentía de denunciar un problema que, según parece, es consustancial al devenir histórico español. En las aulas de ahora, por el contrario, o no aparece o se limita a una pequeña mención como líder del regeneracionismo y, de su pensamiento, tan solo se cita el viejo e incompleto lema de “Despensa y escuela”. Costa, no obstante, resulta de completa actualidad. Quizás de ahí surge la necesidad de ocultar sus palabras a la opinión pública.
Durante las últimas semanas las noticias sobre la corrupción imperante en España han dejado de ser anécdota para convertirse en un retrato fiel y completo de nuestra realidad política. Los medios de comunicación, histéricos por culpa de unos pésimos balances contables, parecen haberse rebelado contra el sistema y, por fin, sacan al aire las mayores vergüenzas que muchos sospechamos y otros saben pero ocultan, ya sea por prudencia, miedo o servilismo. Nuestro sistema es, en esencia, corrupto. Unas pocas grandes empresas, dos partidos y pico, se llevan el dinero público como si realmente no fuera de nadie. Es algo común, habitual, casi institucional.
Pero hasta que estalló la crisis casi todo el mundo miraba hacia otro lado. Con la justicia intervenida, los otros órganos de control controlados y los medios de comunicación sufragados por las distintas administraciones se podía hacer cualquier cosa. Ahora, por fin, comienzan a destaparse casos más graves, más serios, más descriptivos de la estructura nacional. Aunque no sé hacia dónde nos llevará todo este caos revelado, espero que se sigan denunciando hechos que hasta ahora, a menudo voluntariamente, permanecían en la sombra.
Mientras tanto, no hay que esperar a grandes teóricos. Aún nos sirven las palabras de Joaquín Costa: “El problema de la libertad, el problema de la reforma política, no es el problema ordinario de un régimen ya existente, falseado en la práctica, pero susceptible de sanearse con depurativos igualmente ordinarios, sino que es, de hecho y positivamente, todo un problema constitucional, de cambio de forma de gobierno. [...] Mientras esa revolución no se haga, mientras soportemos la actual forma de gobierno, será inútil que tomemos las leyes en serio, buscando en ellas garantía o defensa para el derecho…”.
Costa fracasó en su empeño de una regeneración de la España que él conoció, no tan distinta a la nuestra. Tan solo por eso, por su fracaso lleno de lucidez, por su visionario escepticismo, debería ser rescatado de su ostracismo. Desafortunadamente, hoy apenas encontramos nombres de su talla, ideas de su calibre, que enfrentar al régimen oligárquico y caciquil que, al igual que hace un siglo, nos arruina, deprime y escandaliza… sin que nunca pase nada.
Enlace original en www.republica.com
domingo, 13 de mayo de 2012
Copia y pega: El Sinvivir de las apariencias. Daniel Martin
viernes, 5 de agosto de 2011
Copia y pega: Formar profesores de Daniel Martín.
Entre las ideas para modificar la formación del profesorado de los últimos días destaca la creación de un periodo de pruebas semejante al MIR de los médicos. Es decir, los nuevos profesores tendrían que realizar prácticas supervisadas y dirigidas por algún veterano. Como cualquier cosa ideada para mejorar, el asunto parece interesante. El problema esencial, empero, es otro bien diferente.
Actualmente, existen dos grupos de profesores: los mayores de 30 años tienen una formación básica suficiente y, sobre todo, la humildad y la capacidad para, en caso de duda, buscar y contrastar información y así evitar errores; los menores de 30, hijos de la LOGSE, poseen unos conocimientos muy limitados y una ignorancia infinita sobre sus propias limitaciones.
En todos los casos hay vocación, elemento indispensable para ejercer como maestro. Pero, según se van jubilando los mayores –en la mayoría de los casos por el hartazgo surgido del clima de indolencia, insolencia e ignorancia que impera en el sistema educativo español–, van entrando nuevos profesores con ínfimos conocimientos de cultura general y algunas nociones psicopedagógicas que, en la mayoría de los casos, no llevan a ningún sitio, sobre todo cuando las tienen que aplicar al chaval de carne y hueso.
Los profesores más jóvenes tienen tres limitaciones de peso, todas ellas determinantes y de las que no son en ningún caso responsables:
1º Su paso por el colegio viene caracterizado por un plan de estudios donde los contenidos, mínimos, uniformadores por abajo, han dejado paso a los procedimientos, de manera que el cuánto se sabe queda en el último de lugar entre las prioridades. De ahí que suelan ignorar dónde está el desierto del Gobi, en qué siglo reinó Carlos I de España o en qué orden se colocan la “b” y la “v” de herbívoro (todos son ejemplos reales). Los conocimientos adquiridos en el colegio, insisto, son escasos hasta en los mejores alumnos.
2º El paso por la Universidad no mejora las cosas. Actualmente, aprobar cualquier asignatura humanística exige un nivel menor al COU de los 80. Salvo las carreras que siguen siendo difíciles, selectivas –como las Ingenierías o Medicina, pero de las que no salen apenas profesores–, los actuales Grados son muy facilitos, apenas forman y no dan el bagaje cultural suficiente que necesita cualquier buen profesor.
3º En los medios se habla constantemente de que las nuevas generaciones son las mejor preparadas de la historia. Esta tremebunda mentira, que disfraza la cantidad de analfabetos funcionales que las universidades lanzan al mercado laboral, ha calado hondo entre los universitarios, carentes de cualquier sentido crítico, sobre todo sobre sí mismos, lo que les impide comenzar el interminable y perentorio –si queremos seguir considerándonos humanos– camino socrático del “Conócete a ti mismo”.
Así, según los viejos maestros se van jubilando, se sustituyen por chavales con muchas ganas pero poquísimos conocimientos. Un MIR para los profesores no arreglará nada mientras no se cambien los planes de estudios primarios, secundarios y universitarios.
Lo peor es que, con el ciclo que ahora comienza, los futuros profesores serán formados por personas que, aunque tengan toda la vocación del mundo, apenas sabrán nada. La pescadilla terminará mordiéndose la cola y cada vez seremos una sociedad más mediocre. El camino hacia la excelencia quizás tenga sus límites, pero el camino hacia la ignorancia es eterno, infinito.
Enlace original del texto. Formar Profesores
Periódico digital La república
y como siempre digo, ¿y tú qué opinas?.
...un saludo desde áfrica.....
domingo, 24 de abril de 2011
Copia y pega: Olvidar lo inolvidable de Daniel Martín.
En el cuento “El inmortal”, de “El Aleph”, un tribuno romano que busca la Ciudad de los Inmortales encuentra a un troglodita que gruñe en vez de hablar y come serpientes. Como le sigue a todas partes, nuestro protagonista le bautiza con el nombre del perro de Ulises. El salvaje parece no entender nada, pero un día, de pronto, recuerda: “Argos, como el can de la Odisea”. Cuando el romano le pregunta si conoce tan magna epopeya, responde que vagamente, pues hace mil cien años que la compuso.
Valga el ejemplo como muestra del genio de Jorge Luis Borges, al que se conmemora por el 25 aniversario de su muerte –al argentino le habría gustado más el 33–. Virtuoso en varios idiomas, en español tan preciso como Alfonso Reyes o Miguel de Unamuno, de ingente cultura universal, incansable jugador de palabras, lecturas y lectores, siempre a medio camino de la fabulación, el ensayo y la burla, el maestro argentino escribió divertimentos donde se mezclan realidad y ficción, se moldea el tiempo como máximo enigma y, en definitiva, se crean innumerables odas impropias y augustas de meta-lenguaje, de meta-literatura, incluso de meta-metafísica, valga el absurdo.
Junto a los misterios de la existencia y el infinito espaciotemporal, el tema central en los universos borgianos es el de la memoria, siempre relacionada con los otros dos abismos. En Borges nada es inolvidable porque todo es susceptible de ser recordado después de olvidado. El juego borgiano nunca termina; por eso rara vez se recuerdan sus escritos con detalle y su relectura siempre acarrea sorpresas.
Irónicamente, o no, Borges apenas aparece en nuestros libros de texto. Su obsesión por lo espiritual, por lo eterno y lo infinito, lo convierten en terriblemente incómodo para cualquier ideología o postura. Aparte, tan erudito, quizás resulta inaccesible para las nuevas generaciones o simplemente trasnochado. De este “Año Borges” quizás nazcan dos o tres nuevos admiradores. Pero, malos tiempos para la lírica, va camino del olvido. Me pregunto qué habría escrito si hubiese sabido que su destino era el de no tener lectores, tan pronto. La capacidad para olvidar de los mortales del siglo XXI es infinita, mucho mayor que la del inmortal Homero que imaginó el paradójicamente eterno y a la vez contingente Jorge Luis Borges.
Enlace original del texto. Olvidar lo olvidable
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miércoles, 2 de febrero de 2011
Copiar-Pegar: Daniel Martín. De la alarma estadística a la preocupante realidad.
De nuevo es noticia el sistema educativo español. Más del 30% de sus escolares no continúa los estudios tras terminar la Secundaria Obligatoria, una de las peores cifras del mundo industrializado. Sin embargo, España supera la media de la OCDE en cuanto a titulados superiores se refiere. En cualquier caso, eso se traduce en unas cifras abrumadoras de desempleo entre los menores de 30 años. Estudien o no, hay pocas posibilidades de conseguir trabajo.
Sin embargo, muchos jóvenes, médicos e ingenieros sobre todo, están emigrando a países más civilizados para trabajar según su cualificación. España también anda a la cabeza de los países con más personas ocupando empleos para los que, académicamente, están sobradamente preparados. Con tanto universitario, con tanto pasota del estudio, ninguna estadística debe asombrarnos. Sin embargo, en España hacen falta fontaneros, electricistas, obreros manuales cualificados de cualquier tipo, y uno vuelve a echar en falta programas de buena y profunda Formación Profesional, la salida lógica para la gran mayoría de ese 30% largo de chavales que deciden no continuar sus estudios.
Todas estas cifras, a mi entender, no constituyen el principal problema de nuestro sistema educativo, tan potenciado por nuestra indolente sociedad y las concesivas y permisivas familias. Evidentemente, el fracaso escolar y el paro juvenil son asuntos trágicamente preocupantes. Pero seguramente sean consecuencia de la principal lacra del sistema: su ínfima calidad.
Desde que se instauró la LOGSE, el sistema escolar español se ha derrumbado. He escrito en numerosas ocasiones sobre sus principales carencias. Básicamente, desde la educación infantil y primaria hasta la universitaria, lo que prima es el regalo y la dejadez, la absoluta inexistencia del rigor y del mérito, el desprecio por la excelencia, la búsqueda de la igualdad por abajo. Así, el chaval va pasando de curso sin mayor esfuerzo, sin aprender demasiado, siguiendo un currículo apenas exigente y que sólo obtiene alumnos excelentes según sean los esfuerzos de sus respectivas familias.
Nuestro sistema puede crear dos casos antagónicos: por un lado, existen titulados universitarios con problemas a la hora de escribir, leer, sumar, dividir, situar el río Jalón o a Alfonso X; por otro, se encuentra el chaval que, después de haber ido pasando de curso a trompicones –a veces porque no hay más legal remedio que su automática promoción al curso siguiente– tiene unas enormes carencias de aprendizaje, ninguna capacidad de trabajo y una base pésima sobre la que construir ningún conocimiento. Se le ha obligado, gracias a la permisividad, a la falta de rigor, a fracasar en el camino hacia su formación.
Junto a estos extremos, se encuentra el revuelto mar de fondo. La escasa exigencia, el paupérrimo programa y la psicopedagogía que tiraniza el sistema, con la inestimable ayuda del clima social de molicie y dejadez, están “fabricando” una sociedad de jóvenes amorales que desean el éxito inmediato, amantes de sus derechos e ignorantes de sus obligaciones, más preocupados por un vacuo hedonismo que por una sentida humanidad, más conscientes de los problemas del lagarto gigante de Glubbdubdrib que de los del vecino, incapaces para la empatía y, desde luego, poco o nada aptos para el ejercicio de la ciudadanía responsable.
Así, es lógico que saquemos tan malas notas en los informes PISA, que ganemos en todas las estadísticas que hablan del mal educativo, que nuestro paro juvenil sea aún más escandaloso que el general. La Unión Europea, ahora, se plantea combatir el fracaso escolar. Para ello, entre otras cosas, han propuesto eliminar la posibilidad de repetición en Primaria. Una medida así, en España, sería la culminación de un largo proceso de depauperación de un edificio que, siempre sin cimientos, está en ruinas. Sin rigor, sin la supremacía del valor del esfuerzo, sin la presencia soberana y constante del mérito y la excelencia no hay nada que hacer, ni por arriba ni por abajo.
Enlace original del texto. De la alarma estadística a la preocupante realidad.
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domingo, 16 de enero de 2011
Copiar-Pegar: Primera Serie. Daniel Martin.
A principios del siglo XIX, un joven humilde se enamora de una modesta costurera. Las circunstancias personales e históricas se ponen en su contra. Primero, los franceses invaden España y él se convierte en soldado. Segundo, se descubre que ella es hija natural de una aristócrata que considera al chico indigno de emparentarse con su sangre. Pero él, que se llama Gabriel de Araceli, seguirá a Inés, su enamorada, a través de campos de batalla y ciudades sitiadas para salvarla de los infinitos peligros, bélicos o domésticos, que no dejan de acecharla en el entorno de la Guerra de Independencia.
En torno a estos dos desdichados personajes, las páginas de esta gigantesca novela se pueblan con inolvidables personajes de ficción (Amaranta, seductora e intrigante, Grande de España y madre de Inés; Santorcaz, espía de los franceses, amante despechado y padre amantísimo; el licenciado Lobo, un experto de la traición y el medrar; miss Fly, una excéntrica británica que acude a España como adelantada de la fascinación por lo hispano, etc.) que se mezclan con los más famosos personajes históricos (Fernando VII, Manuel Godoy, Napoleón, Castaños, Palafox, etc.)
Esta historia de aventuras, una novela de primer nivel, transcurre así al mismo tiempo que la Historia desde la batalla de Trafalgar (1805) hasta la de Los Arapiles (1812). La ficción, digna de los libros de acción más memorables, se completa con un análisis novelado y ensayístico de lo histórico, formando en su conjunto – Pujitos, Pacorro Chinitas, la “Primorosa”, Marijuán… son la imagen fiel del pueblo español– una magnífica síntesis de una época en forma narrativa inmejorable. Sólo la “Segunda serie” de los “Episodios Nacionales“, “Fortunata y Jacinta” y “El Quijote” están, en las letras españolas, a la altura de esta magnífica obra.
Después de una ya obligada relectura de la primera gran obra de don Benito Pérez Galdós, me ratifico en mi idea de que en España se ignora completamente el alcance de la “Primera serie”. Al contrario de lo que se suele pensar, de lo que dicen los libros de textos, es una novela continua, donde no se puede leer “La Corte de Carlos IV” sin pasar inmediatamente a “El 19 de marzo y el 2 de mayo” y así sucesivamente, porque entonces uno se queda sin conocer la suerte del inmortal héroe –y narrador– don Gabriel de Araceli y su querida Inés. Sólo “Trafalgar”, un episodio aislado que sirvió de tentativa al novelista, y “Zaragoza” y “Gerona”, se apartan de la trama principal de la serie, a la postre una historia de amor.
Galdós eran un escritor mayúsculo. Heredero directo del mejor Cervantes y de Balzac, supo crear un mundo paralelo que mezclaba lo real con lo ficticio. Cada personaje es un mundo con personalidad propia, algo sólo al alcance de los más grandes, como los dos citados, Tolstoi, Shakespeare, Dickens y unos pocos más. Al mismo tiempo, era un narrador genial que convertía en escenas casi de película cada batalla, cada discusión, cada beso… un descriptor inigualable de paisajes, personas y ambientes… quizás el mayor maestro del diálogo realista decimonónico.
Por si fuera poco, cada una de las páginas del conjunto de su obra se llena de hondas reflexiones sobre España, sobre sus virtudes y vicios, sobre los problemas que la afectaban y que, según la tesis galdosiana, comenzaron a fraguarse en los últimos años del reinado de Carlos IV (1). Así, Galdós se convirtió en el gran novelista español de todos los tiempos, tan contemporáneo nuestro que la mayoría de sus palabras pueden trasladarse a nuestra época sin apenas merma.
En España consideramos a Galdós como un prosista menor, poco elegante, descuidado. Todo lo contrario. Escribió mucho, a veces en muy poco tiempo; por supuesto que hay descuidos. Pero era un escritor de máxima magnitud, un genio que en cualquier otro país del mundo sería venerado como un espíritu único, inigualable, inalcanzable, imprescindible.
La “Primera serie” de los “Episodios Nacionales”, como la “Segunda”, debería ser de obligada lectura para cualquier estudiante, español o extranjero. Esta a la altura de las mejores novelas universales del siglo XIX, por tanto de la Historia. Y la lectura tiene que ser completa, continua, esmerada. Cualquier lectura fragmentaria, como si realmente se tratase de una serie de diez episodios aislados, es amputar el alma de esta obra maestra. Afortunadamente, ya tenemos ediciones completas de esta primera serie, más o menos trabajadas, nunca a la altura del original de Galdós.
(1) Como ejemplo de las reflexiones de Galdós, sirvan las siguientes:
- “Los españoles somos tan dados a los gritos que repetidas veces hemos creído hacer con ellos alguna cosa”.
- ¡Oh España, cómo se te reconoce en cualquier parte de tu Historia adonde se fije la vista! Y no hay disimulo que te encubra, ni máscara que te oculte, ni afeite que te desfigure, porque, donde quiera que aparezcas, allí se te conoce desde cien leguas, con tu media cara de fiesta y la otra media de miseria; con la una mano empuñando laureles y con la otra rascándote la lepra”.
- “El pueblo español, que con presteza se inflama, con igual presteza se apaga, y si en una hora es fuego asolador que sube al cielo, en otra es ceniza que el viento arrastra y desparrama por el bajo suelo”.
- “¡No hay aquí quien sepa morir, que todos prefieren la mísera vida al honor!”.
Enlace original del texto
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sábado, 1 de enero de 2011
Copiar-Pegar. Un año de cine mediocre. Daniel Martín
2010, en lo cinematográfico, ha vivido a la sombra de “Avatar“, película que se estrenó a finales de 2009. La nueva aventura comercial de James Cameron, con su fabulosa estética y su inmejorable técnica, ha cambiado para siempre el mundo del séptimo arte, sobre todo por la incorporación definitiva del 3D, elemento que, para bien, ha vuelto a llenar salas, y que, para mal, viste de oropel lo que apenas tiene brillo. “Avatar”, como en su día “Titanic“, triunfó a pesar de su guión trivial, por no decir pésimo.
Quizás el brillo de Cameron haya perjudicado a otras películas que, no obstante, también han abierto nuevos caminos. Algunas de manera tan hipnóticamente confusa como “Origen”, donde Christopher Nolan volvió a demostrar que es uno de los grandes directores del futuro. También “Kick ass”, de modo más modesto y gamberro, se encuentra entre los filmes originales que han evitado que 2010 sea un año de desastre artístico absoluto.
Junto a las citadas, habría que recordar “El libro de Eli”, la enésima parte de “Resident Evil” –sin grandes alardes, la saga borda las escenas de acción–, “Acantilado rojo”, “Machete” y, sobre todo, “Action Man 2″ como los mejores filmes comerciales del año. Sólo ellos, sin contar, claro está, el cine de animación, han conseguido crear afición a la vez que han respetado mínimamente las reglas de corrección de la cinematografía.
Junto a ellas, películas un tanto más elevadas, como “La red social“, “Up in the air”, la “Invictus” del incombustible Clint Eastwwoody “En tierra hostil”, que triunfó en los Oscar a pesar de ser más un documental que una obra de ficción, en ningún caso obras maestras, pero sí muy interesantes en todos los terrenos.
Haciendo un repaso al resto de los estrenos del año, nos encontramos con cantidad de películas mucho más que mediocres: “Sherlock Holmes”, “El retrato de Dorian Gray”, “The road” o “El equipo A” han bebido de fuentes externas para vender muchas entradas y decepcionar a muchos espectadores; remakes como “Karate Kid” o enésimos episodios como los de Harry Potter, Narnia o “Crepúsculo” muestran el declive de una industria que, después de abandonar el guión y la tensión y el ritmo dramáticos, no deja de dar excusas a los que prefieren bajarse cosas de internet que ir a una sala del cine; cosa que ocurre hasta cuando algunas producciones, como “El príncipe de Persia” o “Furia de titanes”, se han refugiado en el camino tridimensional abierto por “Avatar”; a veces, como en “Salt” o “Un ciudadano ejemplar”, uno llegaba a entretenerse; pero lo habitual, como en “Skyline”, “Los mercenarios” o en comedias como “Noche loca”, “Sexo en Nueva York 2”, la esperemos última parte de “Shrek” o “Niños grandes”, es que las cosas fueran rematadamente malas.
Dentro de este clima de mediocridad, resulta revelador que las últimas entregas de Ridley Scott (“Robin Hood”), Roman Polanski (“The ghost writer”), Martin Scorsese (“Shutter island”) o Tim Burton (“Alicia en el país de las maravillas”) también sean bastante malas. Hasta los viejos maestros andan desnortados en esto que parecían dominar.
En cuanto al cine español, ha habido de todo. Destacan sobremanera los fiascos de “Pájaros de papel” y “El gran Vázquez”, el éxito de dos películas bien realizadas, “Lope” y “Balada triste de trompeta”, y la abrupta irrupción a nivel internacional de “Buried”, realizada con dos duros y mucho talento. La mejor noticia para nuestra inexistente industria es que los grandes éxitos comerciales –“Tensión sexual no resuelta”, “Los ojos de Julia” y “Tres metros sobre el cielo” – se han producido al margen de la mafia corporativista que parte y reparte el suculento pastel de las subvenciones. ¿Estamos ante un giro definitivo de nuestros modos de hacer cine?
Dejo para el final la que a mi entender es la mejor película del año: “Toy Story 3”. Con o sin 3D. Pixar es el gran referente del cine actual porque, como ya escribí hace unas semanas, respeta por encima de todo la calidad del guión. Por si fuera poco, hace comedias; para mayores, aunque a los niños también les gusten. La tercera entrega de las aventuras de Buzz Lightyear y Woody ha sido mi mayor satisfacción de 2010. Aparte, me reí muchísimo con “Gru, mi villano favorito”.
Supongo que el dominio de los dibujos sobre los artistas de carne y hueso, la implantación de nuevas técnicas como el 3D y la irrupción del mundo de los sueños en “Origen” crean una auténtica realidad virtual. Que, después de todo, era lo que pretendían aquellos pioneros que convirtieron el cine en el mayor espectáculo de masas de todos los tiempos.
Enlace original del texto
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jueves, 28 de octubre de 2010
Copiar-Pegar: Las tres claves de la miseria educativa....De Daniel Martín.
Mientras los políticos continúan centrándose en memeces que no interesan a nadie (1), muchas personas con un mínimo interés ciudadano se preocupan por el lamentable estado de la educación. Las nuevas generaciones, desde la infancia hasta la treintena, se muestran poco o nada preparadas ni cultural ni cívicamente para convivir en un siglo democrático, aunque sea en apariencia. La formación de los chavales no funciona y, aunque a menudo se reduce el problema a la formación del profesorado o al limitado plan de estudios, la cuestión es de mayor complejidad.
A mi entender, las carencias se sustentan sobre tres asuntos esenciales:
1. Sociedad. Vivimos tiempos oscuros en lo social: el clima de amoralidad convierte en obsoletos los viejos vicios inmorales. La realidad nos muestra cada día que “todo vale” en aras del triunfo, el éxito o la popularidad. Los políticos son pésimo ejemplo en casi todo, aún más en lo ético. Los ídolos populares llevan el nombre de la zafia Belén Esteban o la “presunta” Isabel Pantoja. La “timé” social rara vez está causada por el mérito, el trabajo duro, la constancia, la dedicación… Existe la impresión, basada en la realidad más cruda, de que cuanto más implacable se sea y menos principios se tengan más posibilidades habrá de medrar en la escala social. Ese es el espejo donde se ven reflejados los jóvenes. Y a eso se une un consumismo regalado y carente de espíritu.
2. Familia: El modelo familiar ha cambiado enormemente. Con los dos padres trabajando y una mentalidad más egoísta, los progenitores tienen menos tiempo y voluntad para ocuparse de sus hijos, por tanto menos supervisados, apenas controlados, muy poco vinculados por sentimientos filiales. La laxitud moral, la indolencia paternal, las pocas ganas de tener problemas con los niños en esos escasos momentos que comparte la familia, han creado dos situaciones terribles: o el chaval vive montaraz en completa desafección, o se convierte en una especie de tirano que domina a sus padres, en ocasiones poseídos por cierto terror a ofender o perder a sus retoños. Cuando las dos circunstancias se unen el problema alcanza colosales dimensiones.
3. Sistema educativo: Más allá de los planes educativos, paupérrimos, y de la prolongación de la enseñanza media hasta más allá del grado universitario, el gran problema de nuestro edificio formativo es haber eliminado los valores del rigor, el mérito y la excelencia. Pasar de curso, casi siempre, es un mero trámite. Conseguir un diez no es demasiado difícil y con un poco de atención, un mínimo de esfuerzo o algo de picardía uno puede conseguir un título universitario sin necesidad de haber aprendido nada. El sistema promueve la molicie, el conformismo, la escasa o nula inquietud intelectual. De ahí que los mejores de ahora habrían sido mediocres hace 20 años, incapaces de aprobar la reválida de bachillerato de hace medio siglo.
Como se ve, no considero que la formación del profesorado sea un problema. La enorme mayoría de los maestros saben lo que hacen, y lo siguen haciendo –¡Vocación enorme, la del docente!– a pesar de que las condiciones sociales, familiares y legales promuevan este clima de servidumbre indolente, a menudo insolente.
Mientras los políticos continúan mirando a otro lado, el sistema continúa lanzando a la ciudadanía a muchísimos jóvenes de profunda amoralidad, poco o nada interesados en nuestra pésima política pero contradictoriamente esperanzados en que el Estado les dé de todo, a menudo muy cabreados y cercanos a movimientos extremistas, casi siempre ausentes a lo que sucede en su entorno más cercano, poco preparados y siempre dispuestos a medrar aun a costa del otro. Aún no es demasiado tarde para reaccionar, pero queda un largo camino si queremos construir un buen edificio que eduque, forme y construya ciudadanos con la capacidad de serlo y convertirse en modelos de conducta, civismo, humanidad.
(1) ¡Mira qué querer regular los juegos practicados durante los recreos por considerar sexista que sólo las chicas salten a la comba o jueguen al fútbol más chicos que niñas! Medidas como esa sólo demuestran la suciedad en la mirada de sus promotores y defensores.
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miércoles, 22 de septiembre de 2010
Copia y Pega. La formación del espíritu borreguil.
En “Introducción a la literatura española. Guía práctica para el comentario de texto”, libro escrito por María Clementa Millán Jiménez y Ana Suárez Miramón y editado por la UNED, se dice que el Romanticismo español se vio influido por “la propagación del movimiento prerromántico de Sturm un Drang abanderado en Alemania entre 1750 y 1770 por Goethe y Schiller”. Teniendo en cuenta que el primero nació en 1749 y el segundo diez años después, ¿hablamos de un asombroso caso de precocidad o de un descomunal disparate (1) publicado en un texto universitario?
A esto ha llegado el despropósito en el entorno educativo español. Muchos son conscientes de que el mundo internáutico está lleno de errores y deben comprobarse fuentes y datos. Pero cada vez menudean más las sandeces en libros, enciclopedias e incluso en textos escritos por presuntos expertos. Definitivamente, a día de hoy es muy difícil saber a qué atenerse.
Sin embargo, la opinión dominante entre nuestros expertos psicopedagogos es que el alumno, antes que estudiar datos de cualquier tipo o demostraciones matemáticas, debe adquirir la “competencia de aprender a aprender”. Cualquier cosa que suponga un esfuerzo o una posibilidad de estrés ante la dificultad de una asignatura son automáticamente proscritos con la excusa de que hoy en día se tiene acceso a casi todo en cualquier momento y lugar. Pero si dos profesoras de una universidad son capaces de dejarse meter un gol tan gigantesco, me pregunto cuál es la fiabilidad de todo lo que leemos, oímos y vemos por ahí.
Da la impresión de que realmente no se pretende, siquiera en apariencia, que los chavales aprendan nada. Primero se eliminaron los valores de esfuerzo, mérito y excelencia. Ahora van a por los propios contenidos. Como afirmaba Revel, los antiguos “eran tiempos en que, para aumentar el número de aprobados, la política del ministerio consistía en hacer más sabios a los candidatos y no más fácil el examen. Dar clase a alumnos no consiste en interesarlos, sino en hacerlos trabajar y, si es necesario, obligarlos a ello”. Aún más si ahora ni siquiera los doctores saben de lo que hablan.
Pero, insisto, ni el espíritu de nuestros mandamases ni de los psicopedagogos que analizan y proyectan el cotarro va por ahí. La última estrategia es cargar contra las antiguas lecciones magistrales por considerarlas poco útiles, poco “educativas”, nada aptas para la manera de funcionar el cerebro. Ahora lo que se lleva es el aprendizaje colaborativo, constructivista o conductivo, en cualquiera de sus variantes. No es el profesor el que enseña, sino los alumnos los que aprenden a trabajar y cooperar en grupo para alcanzar unos resultados a la baja, porque lo importante es que todos aprueben sin importar lo que sepan.
Nada paradójicamente, ya no abundan los Castelar, Unamuno, Ortega, Marañón y otros antiguos intelectuales de primera fila. Cada vez se sabe menos, pero en cambios tenemos muchos más universitarios, alumnos y profesores. La uniformización de la enseñanza ha conseguido que la excelencia se haya eliminado pero que haya muchos licenciados, graduados, incluso doctores, que hace medio siglo no se habrían merecido el título.
Sin embargo, el asunto parece contentar a la sociedad. Tan solo unas cuantas agrupaciones de profesores y unos cuantos padres preocupados se dan cuenta del disparate. En lugar de intentar sacar lo mejor de cada alumno y llevarle, con esfuerzo, hasta sus límites de conocimiento, se intenta que todos sepan lo mismo a costa del mérito y de la individualidad. A veces pienso que de lo que se trata es de crear un rebaño de ovejas en lugar de una sociedad de ciudadanos únicos y dotados de espíritu crítico.
Kapuscinski escribió que “hay una condición imprescindible para que se dé una dictadura: la ignorancia de la multitud, y por eso los dictadores siempre la cuidan mucho, la cultivan”. De modo análogo, nuestros gobernantes cultivan la ignorancia para prolongar la existencia de la partitocracia despótica. Con un sistema de mínimos se crea la apariencia de una educación universal. Pero, siguiendo el modelo estadounidense (sin su capacidad para crear a cambio una élite académica e intelectual), tan solo se fomenta una sociedad débil de individuos ignaros. Es una buena manera para conseguir, por ejemplo, que George W. Bush gane unas segundas elecciones presidenciales o que aquí, en España, nadie haga nada a pesar de la corrupción moral, política, económica, en definitiva global, que afecta al Estado y sus adláteres.
Bien pensado, en la siguiente edición del libro de la UNED hay que quitar los nombre de Schiller y Goethe, y los de Cervantes, Quevedo o Galdós de los de la ESO. Lo primordial según nuestros actuales modos educativos es eliminar cualquier tentación de pensar que tenga el alumno. Y esos geniales autores, aunque poco pedagógicos, resultan tremendamente subversivos: ¡Invitan a la reflexión!
(1) ¿Recuerda alguien cuando la “Antología del disparate” sólo recogía respuestas de alumnos?
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y como siempre digo, ¿y tú qué opinas?.
viernes, 10 de septiembre de 2010
Copiar-Pegar. Curso nuevo, viejas miserias. Daniel Martín
Un supuesto. Nada más comenzar 4º de ESO, antiguo 2º de BUP, un alumno comprende que las matemáticas son difíciles. Pasa de ellas, suspende en junio y ni siquiera se presenta al examen de septiembre. Si sólo catea esa asignatura, pasa automáticamente a 1º de Bachillerato con el expediente “limpio”, es decir, sin que esas matemáticas de las que pasó olímpicamente le queden pendientes. Esa o cualquier otra asignatura que decida ignorar.
Este supuesto, con la LOE en la mano, es absolutamente real, no poco habitual. Es un absurdo más de los muchos que componen nuestro sistema educativo, tan enemigo del esfuerzo, rigor, mérito y excelencia. Se antepone el pasar de curso al aprendizaje. Este desolador aspecto de molicie y suma permisividad es casi idéntico en nuestras muchas universidades.
En los últimos años se han reformado las leyes educativas en varias ocasiones. Lo asombroso es que apenas se ha tratado el fondo del asunto. Por el contrario, son muchos los adornos y asuntos superfluos que se transforman para volver loco al profesorado. La última fatuidad léxica consiste en que ahora, en lugar de conceptos, procedimientos y actitudes, en las escuelas se “deben enseñar” competencias básicas (1) que, en pocas palabras, son las cosas que el sentido común dice que conforman lo mínimo humano. Así, hay competencia lingüística, matemática, de autonomía e iniciativa personal, aprender a aprender, digital y otros lugares comunes –la escuela, incluso, debe servir para paliar el fracaso social en lo referido a la formación que hasta ahora siempre se había recibido en casa: respetar a los mayores, cruzar la calle, no insultar o robar, etc.–.
Cualquiera que se acerque al currículo de la enseñanza primaria y secundaria sabe, no obstante, que –digan lo que digan las autoridades educativas– los contenidos son escasos, a menudo pitorreicos, siempre contaminados por los métodos psicopedagógicos cuya única intención es que el alumno no “sufra”. Primaria es un pasillo muy ancho para que nadie se quede atascado. En secundaria se dan unas cuantas cosas científicas mientras las humanidades son constante y sistemáticamente marginadas. Incluso la Lengua, ahora en plena mezcla y confusión con la Literatura en una sola asignatura, enseña de todo menos castellano, valga la contradicción.
El actual sistema educativo, con todas sus zarandajas desde la LOGSE hasta nuestros días, ha implantado un sistema de mínimo común, accesible para todos. Sus instrumentos sirven básicamente para que todo el mundo llegue hasta el final. Aparte del fracaso que supone que, a pesar de ello, el nivel español de fracaso escolar sea de los más altos de Europa, nuestro sistema, como en casi todo Occidente, es enemigo de la vieja aspiración docente de conseguir de cada alumno lo máximo posible. Su modelo es el estadounidense, sólo que sin su capacidad para crear una élite intelectual.
Acaba de comenzar un nuevo curso y los medios de comunicación han vuelto a decir las mismas cosas de siempre: que si los libros de texto son carísimos, que si se dan tantas horas de clase, que si debe haber itinerarios, que si hace falta o no un tercer curso de bachillerato, que si nuestras universidades no están entre las mejores del mundo… Pero el problema básico de nuestro el edificio educativo es que está vacío de contenidos, no es capaz de formar humanísticamente a los futuros ciudadanos, cada vez más ignorantes a no ser que en casa se solventen sus carencias. Porque se trata de un sistema discriminatorio. A la postre, el chaval recibirá su única formación dentro de su familia o, si tiene suerte, en uno de los pocos buenos colegios que quedan.
Sócrates, nuestro auténtico patriarca, aseguraba que él no podía enseñar nada, pero sí hacer pensar a los que le escuchaban. Para él una democracia sólo podía existir si sus ciudadanos sabían razonar y tenían las ganas de hacerlo. Nuestro sistema educativo es enemigo de la reflexión, como lo es del esfuerzo y la excelencia. Cada año comienza un nuevo curso, pero la situación del sistema es cada vez más miserable. Si nuestra televisión, políticos y sociedad son causa o consecuencia es como lo del huevo y la gallina. Lamentablemente, la transformación de la formación escolar y universitaria es uno de los procesos más arduos y largos que existen. Incluso cuando se tienen ganas… que no se tienen.
(1) Lo de las competencias básicas es invento europeo. Que Oxford y Cambridge se nieguen a seguir los dictados de la UE es una poderosa invitación a la reflexión.
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y como siempre digo, ¿y tú qué opinas?.
jueves, 25 de febrero de 2010
Copiar y Pegar - Hipocresía y alcohol
Y cómo siempre digo, ¿y tú qué opinas?
Hace una semana Nacho Uriarte, diputado nacional del PP, fue sorprendido por la policía después de tener un accidente cuando conducía el coche de un amigo mientras celebraba su propia despedida de soltero. Uriarte dio positivo en el control de alcoholemia y es posible que sea imputado por haber cometido un delito contra la seguridad pública. Lo más grave es que el joven valor popular pertenecía a la Comisión de Seguridad Vial del Congreso, sinecura de la que ha tenido que dimitir.
Más por su afiliación partidista que por el cargo que ocupaba, Uriarte está siendo despedazado por la prensa afín al movimiento gubernamental. Desde luego, resulta penoso y lamentable que un representante nacional incurra en hechos tan notorios y reprobables. ¿No podía pagarse un taxi? Lo que no puede sorprendernos es que uno de nuestros políticos pertenezca a una comisión y actúe en contra de los intereses que se supone defiende. Nuestra clase política ocupa cargos para ganar dinero; para nada más. De ahí que en España sean muchas y disparatadas las contradicciones que demuestran la incapacidad y la hipocresía de nuestros mandamases.
Unos ejemplos:
- El Congreso acaba de aprobar una ley del Aborto que permite a las mayores de 16 años interrumpir su embarazo sin comunicárselo siquiera a sus padres. A partir de ahora no podrán comprar cerveza ni tabaco, pero sí abortar.
- Esa ley la ha promovido el Ministerio de Igualdad, no el de Sanidad. ¿Quiere eso decir que también los varones podremos abortar libremente (1) ?
- Ese mismo Congreso aprobó por unanimidad una Ley contra la Violencia de Género que, aparte de darle una patada al idioma, establecía un mayor castigo a los hombres por el mero hecho de serlo, lo que contradice el artículo 14 de la Constitución y es un ataque frontal contra los principios básicos del Derecho Penal.
- Se acaba de crear una comisión para sacarnos de la crisis en la que no está el ministro de Trabajo, cuando el paro es el principal problema social que padecemos y uno de los principales de nuestra economía.
- Los partidos políticos eligen a su antojo a los responsables del poder judicial, lo que convierte a éste en mero títere de los intereses partitárquicos.
- Tenemos unos sindicatos que apenas representan a un escaso porcentaje de los trabajadores -¡menos del 10%!- pero tienen una enorme cantidad de liberados y un poder desmesurado sin ninguna legitimidad democrática.
- Existen innumerables colegios y cámaras de afiliación obligatoria, lo que contradice la letra de la Constitución Española de 1978.
Y los ejemplos se prolongarían hasta la noche de los tiempos, sobre todo si comenzamos a hablar de cada político en concreto.
Aparte de eso, al margen de la gravedad de la imprudencia cometida por Nacho Uriarte, también hay que analizar eso de que conducir borracho, a partir de cierto límite, sea un delito. Que pongan todas las sanciones administrativas que quieran. Pero, ¿hemos de considerar delincuentes a todos los que salen de la celebración de una boda en su propio coche? ¿Puede considerarse delito algo cuando no se provoca ningún daño ni perjuicio? ¿No debería, tan sólo, ser delito la imprudencia temeraria con resultado de daños, lesiones o muerte como ocurría antes de que Belloch asesinase al Código Penal?
Insisto, se ha convertido en delito algo que a la mayoría nos colocaría -en algún momento de nuestras vidas- en el banquillo de los acusados de la jurisdicción penal. Conducir borracho debe ser perseguido administrativamente con toda la fuerza de la ley, nunca penalmente.
De todas maneras, que esté tipificado como delito algo tan inherente a las costumbres españolas más bárbaras encaja a la perfección con la hipocresía y contradicción imperantes. ¡Vivan los hermanos Marx y el espíritu de la partitarquía española!
(1) Hace 31 años, en La vida de Brian, los Monty Pithon bromeaban con un personaje varón que, además de bautizarse como Loretta, quería que se le reconociese el derecho a tener hijos. Cuando le argumentaban que no tenía útero, respondía: "¡No me oprimas!". Una vez más, la ficción más absurda precede a la realidad española.
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viernes, 12 de febrero de 2010
Copiar y Pegar - Vergüenza Ajena
Y cómo siempre digo, ¿y tú qué opinas?
Spain is different... respecto a los países de su entorno, nunca respecto a sí misma. Leer obras de autores españoles de hace uno o cuatro siglos consigue un efecto parcialmente reparador: muchos de los problemas siguen siendo los de siempre, pero por lo menos ahora la enorme de mayoría de españoles tiene algo que llevarse a la boca. De momento. Sin embargo, España sigue siendo ese país de charanga y pandereta, un lugar donde domina la abulia, que se va suicidando lentamente y que apenas ha aprendido a europeizarse. Y eso sólo "sisando" algunas expresiones de los presuntos miembros de la nunca existente generación del 98.
A pesar de lo afirmado, hay dos cosas que sí han cambiado enormemente y que motivan el título de este artículo. Dos asuntos indisolublemente unidos y que acrecientan cada uno de nuestros innumerables problemas:
- El primero es nuestro gusto por los fuegos de artificio. Estamos atravesando una seria crisis cuya conclusión es difícilmente situable y cuyos últimos efectos, siempre catastróficos, son de imposible previsión concreta. Aun así estamos anclados en los detalles accesorios que, voluntariamente o no, nuestros políticos y medios de comunicación ponen delante de nuestros ojos. Así, en esta última semana se ha hablado más de si nuestro caso se parece al de Grecia que de la auténtica gravedad de las respectivas situaciones del paro, el déficit público y la insostenible realidad de nuestro sistemas de pensiones, funcionariado, autonomías, subvenciones y demás prebendas con cargo al presupuesto.
La situación es gravísima, pero nadie mueve un dedo para meter mano al asunto con seriedad y profundidad. Hasta tal punto llega la desfachatez de los prebostes nacionales que, por poner dos ejemplos, el propio presidente del Gobierno anuncia una medida que aumenta el gasto público una semana después de haber prometido que iba a reducirse el déficit, y el jefe de la oposición afirma tener las soluciones a todos nuestros problemas pero que sólo las hará públicas cuando alcance el poder. ¿No se dan cuenta de que "ya mismo" comienza a ser demasiado tarde?
- El otro gran cambio que España ha experimentado en las últimas décadas es la desaparición casi por completo de una pléyade de intelectuales que sepan y se atrevan a criticar el status quo para destapar nuestras vergüenzas e intentar hacer reaccionar a un público que, de todas maneras, nunca ha sabido reaccionar y siempre se ha limitado a seguir al bando ganador. ¿Dónde existe un Unamuno que se atreva a enfrentarse, desde el prestigio cultural, académico y social, a los que gobiernan tan mal la nave nacional? ¿Dónde hay un Madariaga que se atreva a analizar los problemas de España? ¿Y un Baroja que, mediante sus novelas, nos retrate desnudando nuestras miserias materiales y morales?
Que no existan éstos implica que aquello vaya a continuar. España, como hace siglos, sigue afectada por la venalidad, las sinecuras, el nepotismo, las oligarquías caciquiles, la corrupción en todos los niveles de la existencia individual y social... pero no hay nadie que diga nada, mucho menos gente que se atreva a mover un dedo.
La situación es gravísima. Y ya no es cuestión de que nuestro sistema no sea ni democrático ni representativo, que lo autonómico esté derrochando nuestros recursos, de que no exista un mínimo sentido de lo nacional o, cuando menos, de lo cívico. Ahora es cuestión de no perder una situación de bienestar material que nos permite vivir con bastante desahogo. Ya es demasiado tarde para arreglar los muchos desperfectos, pero nunca lo es para reaccionar e intentar arreglar los bajos de la nave. Que nadie haga nada serio, que nadie lo denuncie, es motivo para sentir vergüenza ajena. España ya no duele como antes. Ahora, además, da ganas de vomitar.
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martes, 2 de febrero de 2010
Copiar y Pegar - Invictus
Recuerdo bien la final del Mundial de Rugby de 1995. Nueva Zelanda era la gran favorita frente a la anfitriona, Sudáfrica. Los africanos plantearon un partido duro, físico, sucio, y contuvieron la mayor calidad técnica de los All Blacks. No hubo ni un solo ensayo. Sí una prórroga. El partido fue feo, pero la emoción del resultado mantuvo el interés hasta el final. Sudáfrica venció para tristeza y decepción de la mayoría de los aficionados al rugby. Recuerdo también que aquella selección sudafricana me caía mal.
Llega ahora Clint Eastwood con su filme Invictus y consigue cambiar las tornas. Ves la película y terminas deseando que Sudáfrica venza a Nueva Zelanda. Está tan bien rodada que incluso temes que se cambie el resultado real por otro inventado. Pura tensión dramática. Y, cuando vencen los Springboks, casi saltas del asiento. Muchos críticos han dicho que esta película es demasiado hollywoodiense, que su final respeta demasiado los cánones del final heroico y feliz. Olvidan que en este caso se trata de una historia real, que David venció a Goliath en una final que ahora sí es memorable.
Invictus, no obstante, va más allá de ese partido. Recrea los intentos del presidente Nelson Mandela de usar la selección nacional de rubgy -un deporte que entonces era considerado de blancos, odiado por los negros, tan cerca aún el apartheid- para crear un sentido de unión nacional, de acercar dos razas, dos culturas, dos viejas sociedades enfrentadas para construir una sola nación.
En ese sentido, el filme de Clint Eastwood se acerca a la hagiografía. Morgan Freeman encarna magistralmente a un Mandela que tiene mucho de taumaturgo. Apenas hay sombras en este filme. No entran aquí, por ejemplo, las historias de J. M. Coetzee, porque el guión, basado en un libro de John Carlin, se centra en cómo Mandela se enfrentó a su propio partido para aprovechar que el Mundial de rugby se celebraba en su país -después de años de haber estado apartados de las competiciones deportivas internacionales- para dar una buena imagen al exterior y conseguir una auténtica unificación nacional. Y el filme homenajea esta hazaña, aparentemente menor en la abultada y casi siempre heroica biografía de Nelson Mandela.
El arte puede hacer estas cosas. Aunque se critique. Después de todo, el leit motif de Invictus es el poema homónimo de William Ernest Henley, cuyos versos cantan a la superación personal, al triunfo del individuo sobre la circunstancias. Algo que quizás no vaya con estos tiempos gélidos y enemigos de las hazañas, pero que en una pantalla consigue emocionarte.
Invictus no es la mejor película de Clint Eastwood, algo normal en la carrera del director de joyas inigualables como Sin perdón, Los puentes de Madison, Mystic River, Million Dollar Baby y Gran Torino. Las películas cuyo final conoces suelen perder interés. Pero Eastwood vuelve a poner al servicio del guión -no por encima de él- para encadenar una serie de secuencias que llegan al corazón, que consiguen ponerte el alma en un puño. Como es lógico, la peli es sensiblera, pero resulta maravilloso ver cómo este genio ha conseguido que, cuando se escucha el himno nacional africano antes de la final, uno se sienta tan maravillado como cuando escucha La Marsellesa en Casablanca. Un logro al alcance de muy pocos.
A pesar de no ser una película perfecta por su propia esencia -las biografías pierden siempre algo de dramatismo frente a la auténtica ficción- demuestra una vez más que Clint Eastwood es el mejor director del último cuarto de siglo, el único capaz de situarse a la altura de los grandes de la época dorada de Hollywood. Su caligrafía es siempre deslumbrante, el dominio de todos los elementos cinematográficos, excelso, su capacidad para contar manteniendo su figura en un segundo plano, encomiable. Alguien que consigue que un fan de los All Blacks desee que pierda su equipo es, sin duda, un genio.
P.S.: Melson Mandela usó al equipo de los Springboks como herramienta de cohesión nacional. Consiguió que un deporte denostado por la población negra y una selección hasta entonces símbolo del apartheid fuera la representación de más de cuarenta millones de personas hasta entonces divididas en dos grupos enfrentados. ¿No recuerda esto bastante a la capacidad de representación de las selecciones de España, en especial la de baloncesto y la de fútbol? A veces el deporte consigue unir más que banderas, himnos y demás símbolos. Claro que Sudáfrica se va convirtiendo en una nación floreciente que va superando sus viejos fantasmas y España sigue en ese camino autodestructivo donde son más importantes los caprichos que nos separan que los cimientos sobre los que nos convertimos en nación.
Opinión sacada del periódico Estrella Digital
martes, 3 de noviembre de 2009
Copiar y Pegar - Los otros muros de la vergüenza
El próximo lunes se cumplirán veinte años de la caída del Muro de Berlín, acontecimiento que dio por cerrada la cruenta etapa que comenzó con la guerra franco-prusiana de 1870 y terminó con la caída de la Unión Soviética -pocas veces en la Historia se han encadenado tan claramente errores y consecuencias fatales-. El fin del muro de la vergüenza, que dividía al mundo en dos mitades antagónicas, dio paso a este que ahora vivimos y que, libre de la bipolaridad de antaño, sufre de otros numerosos muros que se levantan entre los diferentes pueblos terrestres. Una vez más, la capacidad humana para no aprender y continuar haciendo mal las cosas escapa a nuestra capacidad intelectual.
Es especialmente notable el muro religioso. En Occidente hemos tardado dos milenios en liberarnos para creer en lo que nos dé la gana sin que eso suponga ningún tipo de discriminación. Pero, inmediatamente, no hemos dudado en bajarnos los pantalones ante las religiones de los demás. Así, respetamos más a los que nos consideran infieles o gentiles que a nosotros mismos. Quizás por viejo sentido de culpa fruto de la colonización perversa, quizá por incapacidad moral, quizá porque es más fácil controlar la censura que la libertad de expresión, lo cierto es que hay determinadas cosas que no se pueden decir si no queremos herir ciertas sensibilidades. A costa, claro está, de la nuestra.
Este muro del doble rasero religioso es una ramificación más de la dictadura de lo políticamente correcto. Ahora que se nos supone libres, se amordaza al lenguaje con numerosas trabas que pretenden evitar cualquier ofensa innecesaria, pero que sólo consigue crear un irracional miedo a las palabras que, a la postre, no son nada en sí mismas. Hay miedo a decir cosas racistas, sexistas, europocéntricas, etc. pero lamentablemente se presta más atención a la forma que al fondo -que, este sí, poco ha cambiado- y se tiende al exceso en lo que no tiene ningún sentido -por ejemplo, decir miembras o llamar morenitos a los negros-. Así, lo políticamente correcto, en lugar de eliminar las diferencias, ahonda en ellas para beneficio de los que viven de la igualdad asimétrica, de la discriminación positiva.
El fruto de los dos párrafos anteriores es un mundo fragmentado donde la mitad se siente culpable y la otra se aprovecha de ello. De ahí que se tomen posturas débiles ante los tiranos -posturas análogas a las que permitieron a Hitler crecer hasta convertirse en una metástasis de crueldad sin parangón- que, como tales, no hacen otra cosa que seguir tensando la cuerda mientras se fortalecen. En cierto modo, dejar crecer con tanta palabra y ninguna acción eficaz -los embargos afectan a los pobres, nunca a los sistemas políticos despóticos- a cuervos como Corea del norte, Irán, Hugo Chávez o los piratas de Somalia sólo traerá problemas de mucho mayor calado a medio o largo plazo. A veces el estado de necesidad obliga a tomar posturas tajantes, sobre todo ante la intolerancia del otro.
España, por otro lado, tiene sus muchos y particulares muros de la vergüenza. El más obvio es el modelo idiomático catalán, donde, para vengarse de la vieja imposición del castellano, se ha instaurado un entramado en el que conviven un idioma de primera y otro de segunda. El muro de Cataluña no tiene ladrillos, y por eso será mucho más difícil de derribar que el de Berlín.
Pero, en general, los muchos muros que dividen España son fruto de la pésima Constitución de 1978, una norma que creó ese Estado Autonómico que ha creado 17 y pico clases de ciudadanos. No tiene lógica que en un país tan pequeño haya tantos parlamentos y diferentes leyes. Los ciudadanos de algunas Comunidades Autónomas ya tienen distintos derechos a los del resto del país. Y pronto habrá 17 sistemas judiciales diferentes. Esto, cuando Europa experimenta, mal que bien, un proceso de integración, resulta absurdo, escandaloso. Pero lo cierto es que la propia irresponsabilidad de unos políticos a los que les interesa más su propio poder que el interés general potencia la creciente diferenciación entre españoles.
Por si fuera poco, las carencias ideológicas e intelectuales han creado un irreal enfrentamiento entre dos fuerzas políticas que, aparte de la rivalidad por el poder, apenas se diferencian entre sí. De ahí que asuntos como la memoria histórica, el aborto o la sexualidad sean sistemáticamente utilizados como armas arrojadizas, como muros que separen a unos ciudadanos de otros, como vergonzosos obstáculos para una fértil y pacífica convivencia.
Hace 20 años cayó el Muro de Berlín. Recuerdo el 9 de noviembre de 1989 con agrado. Fue una fecha feliz. Lástima que sólo fuese un hecho puntual y que, como las cabezas de la Hidra de Lerma, de sus ruinas se levantasen un incierto número de muros que, otra vez, separan a los seres humanos, que algún día deberían aprender algo del pasado. Aunque sólo fuese para variar.
Enlace Original de Daniel Martín en Estrella Digital
viernes, 30 de octubre de 2009
Copiar y Pegar - Barbaros
Hace una semana, en la Comunidad de Madrid, diez adolescentes que viajaban en un autobús escolar acorralaron, inmovilizaron y abusaron sexualmente de dos alumnas de su mismo instituto. El conductor del autobús no hizo nada, los chavales que no participaron de la barbarie callaron a represalias y los actores de la agresión sexual fardan ufanos por las calles del municipio madrileño de Loeches. Sólo a partir de este jueves el centro escolar ha comenzado a tomar medidas y el asunto se ha puesto en manos de las autoridades competentes.
Muchos de los medios que, tan tarde como el resto de la sociedad, han abordado el asunto, se han centrado en la figura del conductor del autobús que, ya digo, no hizo nada más que conducir mientras en el vehículo se cometía la tropelía. Cierto es que debe cargar con la culpa que corresponda, que no hizo bien, más bien que dejó de hacer lo que debía.
Los medios, de nuevo, se centran en lo accesorio sin atender a lo realmente preocupante de este nuevo ejemplo de vandalismo juvenil. Como hace un mes en Pozuelo, en lo que algún gracioso bautizó frívolamente como "pijo borroka", un grupo de jóvenes escolarizados se agrupan para cometer un delito por el que, según la actual ley, no tendrán que pagar apenas castigo. Preocupa la capacidad de estos chavales para juntarse y actuar de una manera violenta, indiscriminada, más propia de salvajes que de seres civilizados.
Cualquier persona que esté al tanto de la situación escolar en España sabrá que menudean los casos de acoso escolar, de abusones que maltratan de forma sistemática a otros alumnos más débiles, de excesos alcohólicos y drogadictos de niños de 12 años durante los fines de semana, de ejercicio constante y sistemático de la violencia como argumento a sabiendas de que la ley apenas castiga a los menores, etc. El hecho concreto del autobús, más llamativo y salvaje, enseña que, lejos de remitir el problema, los chavales continúan la escalada y, además, por fin parecen haber aprendido algo: que en grupo pueden conseguir más cosas y que así su responsabilidad se difumina. Es la llamada de la manada que reciben unos seres a los que cuesta considerar como potenciales ciudadanos.
La situación es esta. Con el actual sistema educativo muchos chavales crecen sin un mínimo código ético que refrene sus pasiones y bajo la permisividad de una sociedad y de unos padres que miran a otro lado o que, incluso, intentan justificar los más brutales desmanes. El chaval crece pensando que "todo vale" y que no hay por qué detenerse a pensar que algo no se debe hacer... por lo menos hasta que se cumplan los 18 años. Entonces, con la mayoría de edad penal, hay que actuar siempre a espaldas de cualquier mirada indiscreta.
Platón nos presentó la figura de Antifonte, un sofista que defendía que un hombre podía hacer cualquier cosa siempre y cuando no le pillasen. Quién iba a decir que en nuestro ignorante mundo iba a calar una idea tan antigua y poco conocida. Pero miremos donde miremos, el asunto de la soberanía suprema de lo amoral es constante, ya sea en corruptelas municipales o autonómicas, ya sea en cualquier aspecto de la política, ya sea en casi todas las manifestaciones de una sociedad decrépita.
El asunto se agrava cuando hablamos de la juventud. Primero, porque cualquier joven está en proceso de formación, y si eso es lo que le rodea, eso es lo que sin duda imitará -como cualquier animalito con un mínimo de inteligencia-. Y segundo, porque seguimos discutiendo sobre chorradas pseudopegagógicas mientras nuestro sistema educativo en conjunto hace aguas en casi todas las materias y, sobre todo, en la formación humana, ética y ciudadana de los estudiantes que, insisto, a menudo crecen cercanos a la Naturaleza más implacable, a nuestro lado más inhumano, al salvajismo amoral más exacerbado.
Evidentemente, lo del autobús escolar no es algo que pase todos los días. Pero resulta revelador que cosas semejantes no ocurriesen jamás hace 20 años, hace una década. O que los actos violentos entre estudiantes cada vez abunden más. Y que ahora ya podamos comenzar a hablar de bandas de chavales actúan coordinadamente para llegar más lejos en su camino de barbarie.
Lo de Pozuelo en septiembre, lo de Loeches en octubre, son síntomas de la misma enfermedad social. No hay visos de que vayan a cambiar las cosas. Mientras todo sea permisividad con los chavales ni se recuperen el rigor, el esfuerzo y un mínimo de disciplina en las aulas, tenemos que ser conscientes de que estas cosas seguirán ocurriendo, cada vez de manera más bárbara. Debemos ser conscientes de ello para así sentirnos de la misma manera que el conductor que no hizo nada aunque escuchó gritos de unas adolescentes que estaban sufriendo una agresión sexual en el vehículo que él conducía. Siguiendo con la analogía, todos conducimos este autobús español que ignora el virulento cáncer de violencia desmesurada que afecta a gran parte de la juventud española.
Y como siempre digo, ¿y tú qué opinas?
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martes, 6 de octubre de 2009
Copia-Pega - Algunas Peliculas y pico...- Campanella un genio
No es una locura. Cada año llegan a nuestras pantallas menos películas geniales. Este año, concretamente, tan solo recuerdo Gran Torino, del siempre genial Clint Eastwood, y Up, de los insuperables creadores de Pixar. Y El secreto de sus ojos, un filme redondo, magnífico, espléndido, infinitamente recomendable, una producción de esas que dejan el corazón a mil revoluciones, la boca y el alma abiertas.
En ella, Ricardo Darín encarna, tan bien como siempre, a un oficial de juzgado que, mediados los años 70 en la entonces convulsa Argentina, tiene que investigar un asesinato. A esta trama policiaca se une otra romántica que, lejos de buscar la originalidad, homenajea viejas historias con delicadeza y maestría encomiables. El conjunto, sin entrar en detalles argumentales para no fastidiar un ápice la sorpresa de tamaña delicia, es de esos en los no sobra un fotograma, en los que todo está calculado para completar la historia y satisfacer al espectador.
Los tres grandes secretos de El secreto de sus ojos son los de siempre: el guión, firmado por el propio Campanella y Eduardo Sacheri, cuida hasta la extenuación cada detalle para que no haya nada innecesario, un filme que de puro esencial raya en lo exuberante; los actores, comandados por Darín perfectamente flanqueado por la arrebatadora Soledad Villamil, el para mí desconocido Guillermo Francella -que borda al mejor borracho que jamás se haya visto en una pantalla de cine- y el resto de secundarios que sólo chirrían por culpa de un maquillaje algo ramplón -el único defecto visible del filme-; y el director, uno de los mejores del siglo XXI, un realizador que ha alcanzado la madurez y ha logrado con sólo 50 años un lugar indeleble en la posteridad.
La mayoría de los aficionados al cine saben que Juan José Campanella triunfó con El hijo de la novia. Unos pocos menos se han deleitado con Luna de Avellaneda. Muy pocos han disfrutado de El mismo amor, la misma lluvia. Y casi todos desconocen que Campanella, para ganarse la vida, dirige capítulos de teleseries en Estados Unidos, algunas tan conocidas como House o Ley y Orden. El argentino es un profesional y, cada tres o cuatro años, reúne dinero para rodar otro de sus maravillosos largometrajes. Así, a la vez que aprende con la experiencia, se está labrando una magnífica carrera de pocos pero inmejorables títulos.
Campanella ha conseguido ser sinónimo de garantía. Con cada una de sus películas uno disfruta, y cada nueva entrega cuenta una maravillosa historia de bellezas dramática y visual. Cuenta al modo de siempre al tiempo que renueva viejos tópicos y sorprende. Con El secreto de sus ojos ha conseguido otra obra maestra, otra película redonda. Con sus últimos filmes siempre es así, algo al alcance de muy pocos, en la actualidad prácticamente de nadie, quizás tan solo del ya mencionado Eastwood.
Así, aunque sea una semana más tarde, recomiendo este filme magistral, imprescindible, que coloca a Campanella entre los más grandes. Quizás por eso en muchos fotogramas de El secreto de sus ojos se ven homenajes a Lubitsch, Woody Allen, John Ford, entre otros.
P.S.: Sólo un detalle sobre la película. En ella se ve la típica escena de despedida en un andén. ¿Una más? No. Campanella ha rodado la secuencia definitiva de vagón y tren saliendo de la estación.
Opinión original de Daniel Martin - EStrella Digital