Buscar este blog

martes, 3 de noviembre de 2009

Copiar y Pegar - Los otros muros de la vergüenza


El próximo lunes se cumplirán veinte años de la caída del Muro de Berlín, acontecimiento que dio por cerrada la cruenta etapa que comenzó con la guerra franco-prusiana de 1870 y terminó con la caída de la Unión Soviética -pocas veces en la Historia se han encadenado tan claramente errores y consecuencias fatales-. El fin del muro de la vergüenza, que dividía al mundo en dos mitades antagónicas, dio paso a este que ahora vivimos y que, libre de la bipolaridad de antaño, sufre de otros numerosos muros que se levantan entre los diferentes pueblos terrestres. Una vez más, la capacidad humana para no aprender y continuar haciendo mal las cosas escapa a nuestra capacidad intelectual.

Es especialmente notable el muro religioso. En Occidente hemos tardado dos milenios en liberarnos para creer en lo que nos dé la gana sin que eso suponga ningún tipo de discriminación. Pero, inmediatamente, no hemos dudado en bajarnos los pantalones ante las religiones de los demás. Así, respetamos más a los que nos consideran infieles o gentiles que a nosotros mismos. Quizás por viejo sentido de culpa fruto de la colonización perversa, quizá por incapacidad moral, quizá porque es más fácil controlar la censura que la libertad de expresión, lo cierto es que hay determinadas cosas que no se pueden decir si no queremos herir ciertas sensibilidades. A costa, claro está, de la nuestra.

Este muro del doble rasero religioso es una ramificación más de la dictadura de lo políticamente correcto. Ahora que se nos supone libres, se amordaza al lenguaje con numerosas trabas que pretenden evitar cualquier ofensa innecesaria, pero que sólo consigue crear un irracional miedo a las palabras que, a la postre, no son nada en sí mismas. Hay miedo a decir cosas racistas, sexistas, europocéntricas, etc. pero lamentablemente se presta más atención a la forma que al fondo -que, este sí, poco ha cambiado- y se tiende al exceso en lo que no tiene ningún sentido -por ejemplo, decir miembras o llamar morenitos a los negros-. Así, lo políticamente correcto, en lugar de eliminar las diferencias, ahonda en ellas para beneficio de los que viven de la igualdad asimétrica, de la discriminación positiva.

El fruto de los dos párrafos anteriores es un mundo fragmentado donde la mitad se siente culpable y la otra se aprovecha de ello. De ahí que se tomen posturas débiles ante los tiranos -posturas análogas a las que permitieron a Hitler crecer hasta convertirse en una metástasis de crueldad sin parangón- que, como tales, no hacen otra cosa que seguir tensando la cuerda mientras se fortalecen. En cierto modo, dejar crecer con tanta palabra y ninguna acción eficaz -los embargos afectan a los pobres, nunca a los sistemas políticos despóticos- a cuervos como Corea del norte, Irán, Hugo Chávez o los piratas de Somalia sólo traerá problemas de mucho mayor calado a medio o largo plazo. A veces el estado de necesidad obliga a tomar posturas tajantes, sobre todo ante la intolerancia del otro.

España, por otro lado, tiene sus muchos y particulares muros de la vergüenza. El más obvio es el modelo idiomático catalán, donde, para vengarse de la vieja imposición del castellano, se ha instaurado un entramado en el que conviven un idioma de primera y otro de segunda. El muro de Cataluña no tiene ladrillos, y por eso será mucho más difícil de derribar que el de Berlín.

Pero, en general, los muchos muros que dividen España son fruto de la pésima Constitución de 1978, una norma que creó ese Estado Autonómico que ha creado 17 y pico clases de ciudadanos. No tiene lógica que en un país tan pequeño haya tantos parlamentos y diferentes leyes. Los ciudadanos de algunas Comunidades Autónomas ya tienen distintos derechos a los del resto del país. Y pronto habrá 17 sistemas judiciales diferentes. Esto, cuando Europa experimenta, mal que bien, un proceso de integración, resulta absurdo, escandaloso. Pero lo cierto es que la propia irresponsabilidad de unos políticos a los que les interesa más su propio poder que el interés general potencia la creciente diferenciación entre españoles.

Por si fuera poco, las carencias ideológicas e intelectuales han creado un irreal enfrentamiento entre dos fuerzas políticas que, aparte de la rivalidad por el poder, apenas se diferencian entre sí. De ahí que asuntos como la memoria histórica, el aborto o la sexualidad sean sistemáticamente utilizados como armas arrojadizas, como muros que separen a unos ciudadanos de otros, como vergonzosos obstáculos para una fértil y pacífica convivencia.

Hace 20 años cayó el Muro de Berlín. Recuerdo el 9 de noviembre de 1989 con agrado. Fue una fecha feliz. Lástima que sólo fuese un hecho puntual y que, como las cabezas de la Hidra de Lerma, de sus ruinas se levantasen un incierto número de muros que, otra vez, separan a los seres humanos, que algún día deberían aprender algo del pasado. Aunque sólo fuese para variar.








Enlace Original de Daniel Martín en Estrella Digital

No hay comentarios: