“No es la forma de gobierno en España la misma que impera en Europa: nuestro atraso en este respecto no es menos que en ciencia y cultura, que en industria, que en agricultura, que en milicia, que en Administración pública. No es nuestra forma de gobierno un régimen parlamentario, viciado por corruptelas y abusos, según es uso entender, sino al contrario, un régimen oligárquico, servido, que no moderado, por instituciones aparentemente parlamentarias. O dicho de otro modo: no es el régimen parlamentario la regla, y excepción de ella los vicios y las corruptelas denunciadas en la prensa y en el Parlamento mismo durante sesenta años; al revés, eso que llamamos desviaciones y corruptelas constituyen el régimen, son la misma regla”.
El texto anterior no se ha escrito hace poco. Es un fragmente de Oligarquía y caciquismo como la forma actual de gobierno en España: urgencia y modo de cambiarla, escrito por Joaquín Costa y publicado en 1901. La directísima denuncia de la corrupción imperante en la España de la época, lejos de conmover conciencias, sirvió para que el sistema ningunease, de manera plena y decisiva, al pensador y utópico aragonés que, desesperado, se retiró a la villa de Graus hasta su muerte, en 1911.
Costa, junto a muchos de los pensadores de su época, como Unamuno o Baroja, hace treinta años era estudiado en los colegios como un adelantado a su tiempo, como una persona que tuvo la lucidez y la valentía de denunciar un problema que, según parece, es consustancial al devenir histórico español. En las aulas de ahora, por el contrario, o no aparece o se limita a una pequeña mención como líder del regeneracionismo y, de su pensamiento, tan solo se cita el viejo e incompleto lema de “Despensa y escuela”. Costa, no obstante, resulta de completa actualidad. Quizás de ahí surge la necesidad de ocultar sus palabras a la opinión pública.
Durante las últimas semanas las noticias sobre la corrupción imperante en España han dejado de ser anécdota para convertirse en un retrato fiel y completo de nuestra realidad política. Los medios de comunicación, histéricos por culpa de unos pésimos balances contables, parecen haberse rebelado contra el sistema y, por fin, sacan al aire las mayores vergüenzas que muchos sospechamos y otros saben pero ocultan, ya sea por prudencia, miedo o servilismo. Nuestro sistema es, en esencia, corrupto. Unas pocas grandes empresas, dos partidos y pico, se llevan el dinero público como si realmente no fuera de nadie. Es algo común, habitual, casi institucional.
Pero hasta que estalló la crisis casi todo el mundo miraba hacia otro lado. Con la justicia intervenida, los otros órganos de control controlados y los medios de comunicación sufragados por las distintas administraciones se podía hacer cualquier cosa. Ahora, por fin, comienzan a destaparse casos más graves, más serios, más descriptivos de la estructura nacional. Aunque no sé hacia dónde nos llevará todo este caos revelado, espero que se sigan denunciando hechos que hasta ahora, a menudo voluntariamente, permanecían en la sombra.
Mientras tanto, no hay que esperar a grandes teóricos. Aún nos sirven las palabras de Joaquín Costa: “El problema de la libertad, el problema de la reforma política, no es el problema ordinario de un régimen ya existente, falseado en la práctica, pero susceptible de sanearse con depurativos igualmente ordinarios, sino que es, de hecho y positivamente, todo un problema constitucional, de cambio de forma de gobierno. [...] Mientras esa revolución no se haga, mientras soportemos la actual forma de gobierno, será inútil que tomemos las leyes en serio, buscando en ellas garantía o defensa para el derecho…”.
Costa fracasó en su empeño de una regeneración de la España que él conoció, no tan distinta a la nuestra. Tan solo por eso, por su fracaso lleno de lucidez, por su visionario escepticismo, debería ser rescatado de su ostracismo. Desafortunadamente, hoy apenas encontramos nombres de su talla, ideas de su calibre, que enfrentar al régimen oligárquico y caciquil que, al igual que hace un siglo, nos arruina, deprime y escandaliza… sin que nunca pase nada.
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