Hoy me gustaría contar una historia.
Siempre, hemos visto cosas. Conocemos gente, pasa por nuestras vidas, y seguimos. A veces, hay algo, un detalle, que nos hace recordar, que en un momento podríamos haber sido esas personas.
Mi amiga mài kě, era una chica normal. A la vista de cualquiera ella era una persona más, a la vista, pero no al oído. Dejaba de serlo, en cuánto hablaba.
Es sorprendente como cambian las cosas, cuando oímos a la gente. mài kě tenía esa "suerte". Ella hablaba de cosas como orgullo, empatía, autodisciplina, ego, personalidad, "ser uno mismo". Para ella eran cosas normales, del día a día. Desgraciadamente, lo habitual es que no diera con las orejas adecuadas.
Porque cuando mài kě hablaba, normalmente, te hacía recordar que a tí te faltaban esas cosas, que no defendías tu forma de ser con la suficiente fuerza, que solías ceder a lo que pensaran los otros, que acallabas tus ideas por no dar la nota, por no destacar, por que no te excluyeran.
Creo, que en el fondo todos queríamos no ser así, pero para mài kě era tan fácil no serlo, parecía que fue así desde que nació.
No fueron fáciles los primeros años de mài kě. Ella, no quería ser diferente, pero no se veía reflejada en nadie, desde muy pequeña notó que algo no marchaba bien.
En su familia no advirtieron el mundo interior de mài kě, ni se dieron cuenta, allí, dentro de su propia familia aprendió a ser ella misma, por encima de todo y de todos.
Una vez, me dijo, o me creo que lo que ellos me dicen, o no. y escogió que no.
Con el tiempo, con los años, mài kě se hizo realmente independiente, no necesitaba de halagos, de compinches, de comprensión ajena, de amigos.
mài kě sabía que que quería tener amigos, gente cercana, gente comprensiva, empática, que con sus historias, pudieran saborear lo que realmente padeció, pero sabía, que no existían.
mài kě experimentaba la decepción, una y otra vez. ¿Por qué?, me he preguntado siempre, si era tan independiente como decía, por qué creaba o intentaba crear lazos emocionales con sus congéneres.
mài kě me lo aclaró en su momento, tomando un té, con mucho limón y mucha azúcar. Me dijo, no pierdo la esperanza. Me gusta la idea de verme reflejada en otras personas, de creer que no soy única, que existen más como yo.
¿Qué no encuentras?, le pregunté. mài kě me miró, directamente a los ojos, costumbre que siempre había tenido, y me respondió.
Creo que todos querrían a alguien como yo en sus vidas, pero no están dispuestos a pagar el precio por ello.
¿Qué precio?, ¿a qué te refieres?. repuse.
El precio de no decepcionarme, y apartando la vista, siguió metiendo más limón en su brebaje.
mài kě era exigente, muy exigente, con los demás tanto como consigo misma. Pero lo era, porque era sensible.
Se percataba de muchos detalles, gustaba de observar a las personas, tratando de sentir lo que ellas sentían.
Una vez compartió conmigo una de sus imaginarias.
Me dijo.
Estaba yo enfrente de un supermercado. Mi acompañante había entrado a comprar algo para llevar. Al poco, apareció un joven. Uno de éstos que lleva un carné en la camisa, con su foto, y vende una revista musical. De los que se llevan unos durillos de las revistas que vendan. La gente entraba por una puerta y salía por otra, él decidió colocarse en la salida. Me quedé mirándolo, sus gestos, y me puse triste. El chico parecía educado, no molestaba, empezó por quedarse cerca de la puerta, pero nadie lo miraba, nadie. Pasaban de largo, como si no estuviera. Me percaté de su expresión, pedía ayuda, pero nadie le hacía caso. Hubo un cambio en su táctica, trataría de llamar la atención de la gente, ya no estaba cerca de la puerta, se acercó más, la gente tendría que verlo, pero no ocurrió así, a pesar de que casí era obligatorio mirarlo, nadie lo miraba, rehuían sus ojos como si mirar para ellos obligara a comprar la revista, y no miraban. El chico no se hundió, sacó fuerzas de donde no se yo donde se sacan, y sonrió, te juro que recuerdo esa mueca, y me echo a llorar, él lo estaba intentando, hacía todo lo que podía, y nadie, nadie le miraba, empezó a hacer gestos, todo su cuerpo se movía, bajo una sóla idea llmar la atención, "estoy aquí decía" "compren una" "al menos una". Estuve como 15 minutos allí, yo tampoco compré la revista, y maldices darte cuenta de todo, para luego no hacer nada diferente con toda la información que obtengo del mundo, y no hago nada...
Me quedé mirando como echaba más azúcar, y se hizo un silencio. Ella estaba acostumbrada a los silencios, se había hecho a la idea de que no tenía con quien hablar de muchas de sus cosas, de muchas de sus sensaciones. Sabía que las personas, en su mayoría, son más limitadas.
Ella sabía que siempre miraba más allá que los demás. Tras muchos años siendo ella misma, se dió cuenta de que no había esperanza. No había nadie más como ella. Tantas ideas, tantas frases, tantas cosas, y nadie con quien compartirlas.
¿Por qué os he contado la historia de mài kě?, pues porque en todas las historias, siempre hay algo de cierto, y algo de ficción.
Sin más, me voy a dormir, que es tarde.
Un saludo desde África.