En 1994 Kevin Smith irrumpió en el panorama cinematográfico para convertirse en un icono del cine irreverente y políticamente incorrecto. Quizás haya hecho mejores películas, pero su primer largometraje, “Clerks”, ya presenta todas las constantes de un cineasta más que interesante.
De muy bajo presupuesto, el filme no cuenta una historia concreta. Dos jóvenes, Dante y Randall, atienden al público en una pequeña tienda mientras bromean, toman el pelo a algunos clientes, vaguean, mientras viven y hablan de todo sin tener prisa por llegar a ninguna parte.
Precisamente una de las grandes novedades de “Clerks” es que no lleva a ninguna parte. Se limita a presentar una sucesión de diálogos, chistes y gags con el único, en apariencia, propósito de hacer reír al respetable.
Pero hay mucho detrás de “Clerks”. Smith presenta una sociedad en decadencia donde los valores agonizan trastocados y cada uno intenta sobrevivir como puede. Los camellos, Jay y Silent Bob, pertenecen al grupo tanto como cualquier otro hijo de vecino. Este lugar perdido de Nueva Jersey, mísera, es un espejo donde reflejar cualquier otro pueblo secundario de Occidente.
Aparte, ya en su primer largo Kevin Smith supo presentar una memorable serie de personajes que, cercanos a la farsa, consiguen parecer de carne y hueso. La película va de coña pero, gracias a que los personajes se lo toman todo muy en serio, hace más gracia por su apariencia de experimento cutre rodado con ínfimo presupuesto y enorme talento.
A partir de “Clerks”, la carrera de Smith ha sufrido enormes altibajos. Pero este filme de cuatro perras muestra un enorme talento y una enorme capacidad crítica. Sigue siendo tan fresca como cuando se estrenó, aunque su irreverencia haya quedado trasnochada. Ese es el gran problema de estos tiempos.
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