A principios del siglo XIX, un joven humilde se enamora de una modesta costurera. Las circunstancias personales e históricas se ponen en su contra. Primero, los franceses invaden España y él se convierte en soldado. Segundo, se descubre que ella es hija natural de una aristócrata que considera al chico indigno de emparentarse con su sangre. Pero él, que se llama Gabriel de Araceli, seguirá a Inés, su enamorada, a través de campos de batalla y ciudades sitiadas para salvarla de los infinitos peligros, bélicos o domésticos, que no dejan de acecharla en el entorno de la Guerra de Independencia.
En torno a estos dos desdichados personajes, las páginas de esta gigantesca novela se pueblan con inolvidables personajes de ficción (Amaranta, seductora e intrigante, Grande de España y madre de Inés; Santorcaz, espía de los franceses, amante despechado y padre amantísimo; el licenciado Lobo, un experto de la traición y el medrar; miss Fly, una excéntrica británica que acude a España como adelantada de la fascinación por lo hispano, etc.) que se mezclan con los más famosos personajes históricos (Fernando VII, Manuel Godoy, Napoleón, Castaños, Palafox, etc.)
Esta historia de aventuras, una novela de primer nivel, transcurre así al mismo tiempo que la Historia desde la batalla de Trafalgar (1805) hasta la de Los Arapiles (1812). La ficción, digna de los libros de acción más memorables, se completa con un análisis novelado y ensayístico de lo histórico, formando en su conjunto – Pujitos, Pacorro Chinitas, la “Primorosa”, Marijuán… son la imagen fiel del pueblo español– una magnífica síntesis de una época en forma narrativa inmejorable. Sólo la “Segunda serie” de los “Episodios Nacionales“, “Fortunata y Jacinta” y “El Quijote” están, en las letras españolas, a la altura de esta magnífica obra.
Después de una ya obligada relectura de la primera gran obra de don Benito Pérez Galdós, me ratifico en mi idea de que en España se ignora completamente el alcance de la “Primera serie”. Al contrario de lo que se suele pensar, de lo que dicen los libros de textos, es una novela continua, donde no se puede leer “La Corte de Carlos IV” sin pasar inmediatamente a “El 19 de marzo y el 2 de mayo” y así sucesivamente, porque entonces uno se queda sin conocer la suerte del inmortal héroe –y narrador– don Gabriel de Araceli y su querida Inés. Sólo “Trafalgar”, un episodio aislado que sirvió de tentativa al novelista, y “Zaragoza” y “Gerona”, se apartan de la trama principal de la serie, a la postre una historia de amor.
Galdós eran un escritor mayúsculo. Heredero directo del mejor Cervantes y de Balzac, supo crear un mundo paralelo que mezclaba lo real con lo ficticio. Cada personaje es un mundo con personalidad propia, algo sólo al alcance de los más grandes, como los dos citados, Tolstoi, Shakespeare, Dickens y unos pocos más. Al mismo tiempo, era un narrador genial que convertía en escenas casi de película cada batalla, cada discusión, cada beso… un descriptor inigualable de paisajes, personas y ambientes… quizás el mayor maestro del diálogo realista decimonónico.
Por si fuera poco, cada una de las páginas del conjunto de su obra se llena de hondas reflexiones sobre España, sobre sus virtudes y vicios, sobre los problemas que la afectaban y que, según la tesis galdosiana, comenzaron a fraguarse en los últimos años del reinado de Carlos IV (1). Así, Galdós se convirtió en el gran novelista español de todos los tiempos, tan contemporáneo nuestro que la mayoría de sus palabras pueden trasladarse a nuestra época sin apenas merma.
En España consideramos a Galdós como un prosista menor, poco elegante, descuidado. Todo lo contrario. Escribió mucho, a veces en muy poco tiempo; por supuesto que hay descuidos. Pero era un escritor de máxima magnitud, un genio que en cualquier otro país del mundo sería venerado como un espíritu único, inigualable, inalcanzable, imprescindible.
La “Primera serie” de los “Episodios Nacionales”, como la “Segunda”, debería ser de obligada lectura para cualquier estudiante, español o extranjero. Esta a la altura de las mejores novelas universales del siglo XIX, por tanto de la Historia. Y la lectura tiene que ser completa, continua, esmerada. Cualquier lectura fragmentaria, como si realmente se tratase de una serie de diez episodios aislados, es amputar el alma de esta obra maestra. Afortunadamente, ya tenemos ediciones completas de esta primera serie, más o menos trabajadas, nunca a la altura del original de Galdós.
(1) Como ejemplo de las reflexiones de Galdós, sirvan las siguientes:
- “Los españoles somos tan dados a los gritos que repetidas veces hemos creído hacer con ellos alguna cosa”.
- ¡Oh España, cómo se te reconoce en cualquier parte de tu Historia adonde se fije la vista! Y no hay disimulo que te encubra, ni máscara que te oculte, ni afeite que te desfigure, porque, donde quiera que aparezcas, allí se te conoce desde cien leguas, con tu media cara de fiesta y la otra media de miseria; con la una mano empuñando laureles y con la otra rascándote la lepra”.
- “El pueblo español, que con presteza se inflama, con igual presteza se apaga, y si en una hora es fuego asolador que sube al cielo, en otra es ceniza que el viento arrastra y desparrama por el bajo suelo”.
- “¡No hay aquí quien sepa morir, que todos prefieren la mísera vida al honor!”.
Enlace original del texto
Periódico digital La república
y como siempre digo, ¿y tú qué opinas?.
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