En estos tiempos que corren, cuando lo inmediato es lo único y se cree trasnochado todo aquello que tiene más de quince minutos -lindo trastoque de la máxima de Andy Warhol-, quizás no tenga sentido hablar de una película que se estrenó hace una semana. Hoy viernes llegan a España muchos otros estrenos, y quizás la gente piense poco apropiado locura hablar de El secreto de sus ojos, la última película dirigida por Juan José Campanella, tan injustamente ignorada por los premios del Festival de San Sebastián.
No es una locura. Cada año llegan a nuestras pantallas menos películas geniales. Este año, concretamente, tan solo recuerdo Gran Torino, del siempre genial Clint Eastwood, y Up, de los insuperables creadores de Pixar. Y El secreto de sus ojos, un filme redondo, magnífico, espléndido, infinitamente recomendable, una producción de esas que dejan el corazón a mil revoluciones, la boca y el alma abiertas.
En ella, Ricardo Darín encarna, tan bien como siempre, a un oficial de juzgado que, mediados los años 70 en la entonces convulsa Argentina, tiene que investigar un asesinato. A esta trama policiaca se une otra romántica que, lejos de buscar la originalidad, homenajea viejas historias con delicadeza y maestría encomiables. El conjunto, sin entrar en detalles argumentales para no fastidiar un ápice la sorpresa de tamaña delicia, es de esos en los no sobra un fotograma, en los que todo está calculado para completar la historia y satisfacer al espectador.
Los tres grandes secretos de El secreto de sus ojos son los de siempre: el guión, firmado por el propio Campanella y Eduardo Sacheri, cuida hasta la extenuación cada detalle para que no haya nada innecesario, un filme que de puro esencial raya en lo exuberante; los actores, comandados por Darín perfectamente flanqueado por la arrebatadora Soledad Villamil, el para mí desconocido Guillermo Francella -que borda al mejor borracho que jamás se haya visto en una pantalla de cine- y el resto de secundarios que sólo chirrían por culpa de un maquillaje algo ramplón -el único defecto visible del filme-; y el director, uno de los mejores del siglo XXI, un realizador que ha alcanzado la madurez y ha logrado con sólo 50 años un lugar indeleble en la posteridad.
La mayoría de los aficionados al cine saben que Juan José Campanella triunfó con El hijo de la novia. Unos pocos menos se han deleitado con Luna de Avellaneda. Muy pocos han disfrutado de El mismo amor, la misma lluvia. Y casi todos desconocen que Campanella, para ganarse la vida, dirige capítulos de teleseries en Estados Unidos, algunas tan conocidas como House o Ley y Orden. El argentino es un profesional y, cada tres o cuatro años, reúne dinero para rodar otro de sus maravillosos largometrajes. Así, a la vez que aprende con la experiencia, se está labrando una magnífica carrera de pocos pero inmejorables títulos.
Campanella ha conseguido ser sinónimo de garantía. Con cada una de sus películas uno disfruta, y cada nueva entrega cuenta una maravillosa historia de bellezas dramática y visual. Cuenta al modo de siempre al tiempo que renueva viejos tópicos y sorprende. Con El secreto de sus ojos ha conseguido otra obra maestra, otra película redonda. Con sus últimos filmes siempre es así, algo al alcance de muy pocos, en la actualidad prácticamente de nadie, quizás tan solo del ya mencionado Eastwood.
Así, aunque sea una semana más tarde, recomiendo este filme magistral, imprescindible, que coloca a Campanella entre los más grandes. Quizás por eso en muchos fotogramas de El secreto de sus ojos se ven homenajes a Lubitsch, Woody Allen, John Ford, entre otros.
P.S.: Sólo un detalle sobre la película. En ella se ve la típica escena de despedida en un andén. ¿Una más? No. Campanella ha rodado la secuencia definitiva de vagón y tren saliendo de la estación.
Opinión original de Daniel Martin - EStrella Digital
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