Al presidente le ha traicionado el subconsciente, o simplemente se ha hecho un lío, o se ha equivocado, ha tenido lo que se dice un “lapsus” y ha dicho ante la Conferencia de los Presidentes autonómicos que en los últimos días “habíamos tenido un accidente”, en lugar de un atentado terrorista. Eso es lo que dice ETA en su comunicado, que lo de los muertos ecuatorianos fue un accidente porque el Gobierno no se preocupó de desalojar la Terminal 4 de Barajas como debió hacerlo. Pero claro, esas palabras, sin que el jefe del Gobierno pidiera perdón por el presunto “lapsus”, han provocado un revuelo y han coincidido con el rumor, cada vez más extendido, de que el presidente estaría en estos momentos bajo tratamiento psiquiátrico y con medicación por causa del atentado —no el accidente— del pasado día 30 de diciembre en Madrid.
No creemos que sea necesario llamar al portavoz Moraleda para confirmar si Zapatero está bajo la vigilancia de un psiquiatra y si toma ansiolíticos, porque el portavoz nos lo desmentiría inmediatamente entre enfadado y divertido, como para disimular. Nosotros no lo creemos ni lo pensamos, a pesar de que lo del “accidente” lo achacan algunos de los observadores psicológicos que en estos días están estudiando el comportamiento del presidente a la sobrecarga, al estrés al que está sometido, que le impide coordinar con facilidad lo que dice y lo que piensa al mismo tiempo.
Sin embargo, nuestros servicios de información aseguran que si llega a la Moncloa una ambulancia del Samur con una camisa de fuerza y dos loqueros dispuestos a todo, nunca sería para aplicar una terapia de fuerza ante una ruidosa crisis de ansiedad e incipiente locura, sino más bien serían unos enviados del Comité Federal del PSOE para obligarle a comparecer ante la plana mayor del Partido Socialista, en el caso en el que decidieran su relevo al frente del Gobierno y de la Secretaría General.
No, de ninguna de las maneras, Zapatero no está loco ni sufre una crisis. Él es así desde que llegó al poder con eso del talante, la sonrisa y el optimismo antropológico, y todo lo que le pasa y lo que ha hecho es sólo consecuencia de su capacidad política, mental e intelectual, que los masajistas y publicistas de la Moncloa han querido vestir de astuto político con una inagotable capacidad de maldad y una fina y maquiavélica estrategia que, marcadas por su izquierdismo inquebrantable y por su histórico rencor republicano, le convierten en el mesías de la segunda transición y en el hombre providencial que fue, ha sido y será, innovador en todo. Algo así como lo que los publicistas y masajistas del PP dicen de Mariano Rajoy cuando, para justificar su inmensa pereza, declaran que el presidente del PP “maneja muy bien los tiempos”. Sobre todo los de la siesta.
Y, como prueba de la tan sesuda y certera definición de Zapatero, quien permaneció diecisiete años escondido entre los escaños del Congreso de los Diputados, para no hacerse notar (como Cristo desde su infancia a su madurez), ahí están sus conquistas en apenas 30 meses de Gobierno, porque él ha sido o va a ser el primero en muchas cosas. Lo fue, entre todos los líderes europeos, el primero en darle una bofetada a Bush en Iraq y luego se fue a Túnez y le pidió al resto de los países de la coalición que hicieran lo mismo. Fue el primero en aprobar la Constitución Europea, que sigue empantanada. Y quiso ser el primero en reformar la Constitución española. Ha sido el primero en negar la nación española como “una nación” —ahora es nación de naciones— y en cambiar el Estatuto catalán, pendiente del Constitucional. Es el primero en revisar la Guerra Civil y en quitar las estatuas de Franco que quedaban; el primero en poner a un funcionario desconocido y ajeno al PSOE como candidato a la Alcaldía de Madrid; el primero en presentar un plan mundial —la Alianza de Civilizaciones— para acabar con las guerras y los terrorismos que emanan del fundamentalismo islámico; e iba a ser el primero y el único en acabar con ETA a besos, con mucho diálogo y talante, y por supuesto en acabar también con la unidad de España en pos de un Estado federal, luego confederal, para más adelante convertirla en “los Estados asociados de la vieja España”, al estilo de la Commonwealth.
Al presidente le pasa como al paisano aquel que, tan campante, viajaba por una carretera comarcal con su viejo Seat 600, a 40 kilómetros por hora, con la radio a todo volumen y llevando detrás una larga caravana de vehículos desesperados que tocaban el claxon inútilmente para pedir paso o que acelerara, hasta que aparecieron los motoristas de la Guardia Civil y llegando a la altura del ufano conductor le apremiaron de la siguiente guisa: “corra usted un poco más, hombre, corra un poco mas”. A lo que el astuto as del volante respondió: ¿qué corra?, ¿qué corra? ¡Si voy el primero!
Pues eso, Zapatero va el primero pero no a 40 kilómetros por hora sino a 240, y sin frenos, como si estuviera entrenándose para el Dakar por las carreteras comarcales de España. Y lleva tras de sí, con la lengua fuera, al Gobierno, al PSOE, a sus aliados y a la ambulancia del Samur, con o sin el psiquiatra del que tanto se habla dentro, pero con los loqueros y la camisa de fuerza preparados, por si, avisado de la convocatoria del Comité Federal de su partido, le da por meterse en el circuito de Valencia a competir, mano a mano, con el nuevo McLaren que Fernando Alonso está a punto de estrenar. Desde luego, lo del lapsus del accidente de Barajas ha sido una simple equivocación, porque el presidente está un poco agobiado con todo este lío y carece de la menor importancia y lo del psiquiatra no es verosímil. Zapatero, simplemente, es así; lo que ocurre es que después del gran lapsus del 29 de diciembre, cuando dijo que lo de ETA iba mejor que nunca y que todavía iría mucho mejor en el 2007, los españoles —incluidos los de su partido y aparato de propaganda— parece que se están enterando por fin de su consistencia y de su capacidad para gobernar. No es que le haya dado un aire, o una depresión, es que es así y ya es demasiado tarde para que alguien lo pueda cambiar.
Opinion recogida del Diario Estrella Digital 13 de enero del 2007
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