¿y tú qué opinas?.
Carlos Santos era un hombre de mundo. Amaba tanto la vida que quiso gobernar la suya hasta el final. Tenía un tumor incurable. Estaba condenado a morir sufriendo. Pero se rebeló. Acudió a la asociación Derecho a Morir Dignamente. Ellos le acompañaron en su última voluntad. El pasado 10 de noviembre decidió tomarle la delantera a su enfermedad. Desayunó y dio un paseo antes de tomar un cóctel letal. Murió dormido en la habitación de un hotel. Antes quiso contarnos su historia. Pretendía que su caso sirviera para reabrir el debate de la eutanasia.
Lo normal es que las personas mayores no se vean reflejadas en la gente de su edad, pero les contaré una excepción que viví el pasado 9 de noviembre, al conocer a Carlos Santos Velicia, un hombre de 66 años (dos más que yo) que había viajado hasta Madrid para quitarse la vida. Fue después de comer, al atravesar en su compañía la Puerta del Sol, en dirección al céntrico hotel en el que expiraría al día siguiente, cuando descubrí la existencia de una curiosa sincronía entre sus movimientos y los míos. No éramos sólo un hombre y otro hombre, éramos dos individuos mayores, con tics característicos de individuos mayores, dos casi ancianos a los que cualquier espectador objetivo habría situado, en el mejor de los casos, en el último tercio de su vida.
"Me dijeron: 'Haga el testamento vital. Le quedan meses"
"Mi casa parece una farmacia de las pastillas que hay"
"Espero que mañana a estas horas ya esté terminado"
"He ido desprendiéndome de todo. Ahora no llevo ni cadena al cuello, no llevo nada. El barco ha llegado al fin del viaje"
"Fui un león con las mujeres. Hoy soy un gatito deslustroso"
"He vivido una vida rica, que la mayoría no ha podido vivir"
"Prepararé el potingue, lo tomaré y me tumbaré"
La habitación del hotel, sin alcanzar la categoría de una suite, era grande y luminosa y estaba compuesta por dos espacios claramente diferenciados, uno para dormir y otro para estar. El primero disponía de una cama doble, con sus respectivas mesillas de noche, y el segundo, de un tresillo y una mesa baja, todo dispuesto, como es habitual, en torno al aparato de televisión. Entre ambos espacios había un pequeño escalón destinado a subrayar, con la diferencia de nivel, la desigualdad de sus funciones. El ventanal, amplio, daba a una terraza desde la que se apreciaban los tejados del viejo Madrid.
Una vez acomodados, Carlos en un extremo del sofá, yo en el sillón más próximo a ese extremo, las sacudidas especulares se acentuaron. Así, mientras él hablaba en un tono en el que me pareció detectar cierta euforia (¿la que precede al acto final?), reconocí en sus cejas el recorte torpe que yo aplico a las mías y descubrí en los orificios de su nariz y orejas los pelos sobrevivientes a las cacerías de que suelen ser víctimas, a partir de cierta edad, estas pilosidades. No fue todo: también vi en su mirada esa curiosa mezcla de desafío y desamparo que descubro en la mía cuando tropiezo con mi rostro en los espejos de los ascensores.
-Recibí el primer hachazo -empezaba a contarme Carlos hace quince años, cuando sin más me dan dos infartos de miocardio graves. En el segundo, con arreglo a todos los aparatos que había en la pared, estaba muerto. Ya sabes que se monitoriza todo en las pantallas y las pantallas estaban muertas. Y yo también. Estos cabrones, pensaba, me entierran ahora vivo. Los médicos me pedían que si les escuchaba moviera un dedo o parpadeara, pero yo no tenía energía para nada. Nada. Muerto, muerto. Por aquellas cosas de la vida, es obvio que resucité, y resucité como un bebé, llorando. Para mí fue muy duro, porque yo era corredor, esprintaba, y tuve que dejar de hacer deporte. Tengo dos trozos de corazón necrosados. De eso no te recuperas nunca. Tengo insuficiencia cardiaca, taquicardia y arritmia.
-Pero parece que has podido llevar una vida más o menos normal desde entonces -me oí decir.
¡De normal nada! Tuve que bajar, aterrizar. Pasé tres o cuatro años muy mal porque me sentía un inútil. Dejé de trabajar porque las agencias de viaje no querían darme trabajo (era guía turístico). Quise volver a trabajar y con la primera que lo hice tuve que ir a Sevilla y no llegué. El chófer tuvo que parar el autocar y llamar a una ambulancia que me llevó a urgencias, con lo cual el grupo quedó abandonado.
¿Y?
Tuve que plantearme mi vida y me la planteé muy bien: me voy a suicidar, pensé, pero a mi manera, a mi aire, me voy a los Mares del Sur. Me iré a Australia, de allí a Nueva Zelanda. Desde ahí iré bajando y cuando llegue a las islas de los Mares del Sur me buscaré al brujo de turno, me haré amigo de él y la noche que quiera irme le diré: "Brujo, colócame, que quiero dormirme y no quiero despertarme". Eso era lo que tenía in mente, pero, como decía John Lennon, la vida es lo que te va pasando mientras tú te empeñas en hacer otras cosas. Pues no sé lo que pasó. Pero estaba hecho una mierda. Me he pasado diez o doce años sin estar con una tía porque tenía pánico. Los médicos me decían: "Usted ya no es el león que era antes...". He sido un león en todos los sentidos: laborales, con mujeres, con todo. Ahora soy un gatito pequeño y deslustroso. Las tías, fuera. No había vida.
Mientras escucho a Carlos, cuento el número de lámparas de la habitación, primero de izquierda a derecha y después de derecha a izquierda. Y debo obtener el mismo resultado; si no, sucederá una catástrofe. Se trata de un mecanismo antiguo, infantil, para combatir la angustia. Contar me libera. Por eso cuento también ahora los dedos de las manos de mi interlocutor, siempre en las dos direcciones. Y si se levanta para ir al baño, porque tiene incontinencia urinaria, cuento los pasos que da al ir y los que da al volver, y siento un gran alivio si su número coincide. Todo ello sin dejar de escucharle. Me está relatando ahora lo de la hernia discal, que apareció luego, y por la que tuvo que meterse en el quirófano.
Fue tremendo dice, porque ya no podía ni saltar. Privaciones, privaciones y privaciones. La columna me daba dolores continuos. Hasta que me hicieron resonancias y apareció el bicho.
¿Qué bicho?
Un quiste radicular, no sabían desde cuándo estaba ahí, y es lo peor que hay, no se puede operar ni tocar porque te quedas paralítico, va al cerebro.
¿Es ahí donde llegan las terminaciones nerviosas?
Todo. Es el interior de la columna vertebral. Justamente está entre la S2 y la S3, cerca de los esfínteres de la orina y de los excrementos.
¿Cuándo te lo descubren?
Hace un año. Y me dicen que no hay solución, que no hay nada que hacer. Me lo han dicho tantas veces, tantos traumatólogos, hasta los tribunales que me dieron la minusvalía del 65% me lo dijeron: "Señor Santos, haga usted testamento vital porque le quedan meses, esto no tiene cura, no hay solución, no hay nada". ¿Qué haces? Pues me voy a EE UU, me compro una pistola y me pego un tiro, o me tiro por un puente... También he ido a edificios de Málaga que conozco, a mirar desde un octavo piso y a decirme: bueno, si me tiro desde aquí me mataré... Pero soy una persona pacífica, gustoso de la música suave, clásica, armoniosa, no me gustan los ruidos, siempre he sido pacifista, nunca me he peleado con nadie, no me gusta la violencia ni las cosas desagradables, muchas veces me ha cabreado atraer tanto a los homosexuales, cuando lo que me van son las mujeres. Y se lo preguntaba: "¿Pero por qué, qué coño tengo yo?". Y me contestaban: "Es que eres tan dulce, tan suave, tan tierno, tan fino, tan delgadito, tan poca cosa, que invitas a protegerte". Así que pensar en esas opciones me resultaba muy desagradable. Primero contacté con Exit, los australianos, y luego con Dignitas, que está en Suiza. Los de Suiza fueron los que me dieron la dirección de Derecho a Morir Dignamente de Barcelona, y éstos, la de Madrid. Y aquí estoy.
Aparte del problema del control de esfínteres, ¿de qué otra forma se muestra el deterioro?
Cada vez tengo menos energía. Por la mañana, cuando salgo de casa, después de desayunar y haber tomado Zaldiar, no tengo energía, no puedo caminar más de diez minutos sin sentarme a descansar. Lo mismo me ocurre cuando estoy de pie, tengo que buscar alguna silla donde sentarme, pues no me encuentro bien. Necesito sentarme o, mejor, tumbarme.
¿Estás muy medicado?
Sí, claro, con todos los efectos secundarios de la medicación. Mi casa parece una farmacia de las pastillas que hay.
¿Qué clase de pastillas?
De todo lo que puedas imaginar, de todo, cuarenta o cincuenta cajas, fíjate si hay. Por la mañana, cinco o seis pastillas; al mediodía, otras cinco o seis; por la noche, lo mismo. Y en los intervalos, en función de lo que me duela, pues otras tantas. El caso es que siempre tengo que llevar el pastillero conmigo. Mira, ahora voy a tomar una para tranquilizarme.
¿Quieres agua del minibar?
No, del grifo.
Carlos Santos se retira al cuarto de baño a tomarse la pastilla. Observo que la luz ha cambiado. El sol ya no da directamente en la ventana, como cuando llegamos al hotel (sobre las 4.30 de la tarde), pero la habitación me sigue pareciendo alegre. Soy yo el que está sombrío, sobrecogido. Mientras espero su regreso, releo la carta que ha escrito para la Policía Local de Madrid, donde pide que notifiquen su defunción a la dueña de la pensión donde vive, en Málaga, a fin de que "como no tengo familia ni herederos, disponga de mis pertenencias, ropa, etc., como quiera". Tras la firma, añade una suerte de posdata rogando que retiren de la vía pública su coche "antes de que lo rompan o lo destrocen". Como se retrasa, repaso también la carta al juez, donde tras resumir sus padecimientos y detallar el futuro terrible que le espera a medida que avance la enfermedad (descontrol absoluto de esfínteres, dolores intensísimos, parálisis y muerte), afirma que su voluntad de morir es fruto de sus valores y que nadie le ha inducido a adoptar esta decisión que toma de manera "libre, voluntariamente, sin que ninguna persona tenga que cooperar de forma necesaria, directa o indirectamente, para llevarla a cabo".
Como Carlos no acaba de salir del cuarto de baño, empiezo a contar, para entretener la espera, las vocales de la misiva al juez. Aparece cuando voy por la 65.
¿Era un ansiolítico? pregunto refiriéndome a la pastilla que acaba de tomarse.
Sí, pero bajo, Diazepam de 2,5.
¿Y para dormir tomas cosas?
¡Huy, sí! Ya no me hacen nada tampoco.
El círculo vicioso de la tolerancia y la adicción.
Llegará un momento en que... Bueno, ya no habrá momentos porque espero que mañana a estas horas ya esté terminado.
La luz de la habitación ha vuelto a cambiar y mi estado de ánimo se ha oscurecido. Deben de ser las cinco y media o seis menos cuarto de la tarde. Me levanto y enciendo una lámpara de pie mientras Carlos habla ahora de un libro inédito en el que ha trabajado durante los últimos quince años de su vida. Se titula El hombre dividido.
-¿Quién es el hombre dividido? pregunto.
Soy yo dice, yo y el mundo. Países que me han enamorado, como Italia, la India, Francia... ¿Sabes lo que es Nepal, Tailandia, Brasil, la República Dominicana, Gambia...? Y Europa como mi propia casa. Hay un lugar que es uno de mis favoritos, la tumba de Gala Placidia, en Rávena. Me gusta ir y estar solo ahí. Suelo cerrar los ojos para no ver nada y dejar que mi imaginación fluya y trate de imaginarse cómo fue la antesala del fin del Imperio Romano de Occidente. En realidad, he vivido. Otros no han vivido ni la mitad. Y la he vivido de lujo porque era todo pagado.
¿Tu ciudad favorita?
Londres es mi ciudad por muchos motivos. Uno, porque fue el primer sitio donde encontré la felicidad. En España no había sido nunca feliz, mi padre me pegaba con fiereza, igual que los hijos de puta de los jesuitas, que te hacían poner los dedos así, de punta, y te daban con la regla. Todo eso, una infancia muy desgraciada. Mi padre y yo vivíamos en un pequeño apartamento y desde niño, cada mañana, me levantaba de la cama, que estaba en el salón, iba a la cocina, que era donde estaba la radio, y movía el dial hasta que escuchaba una lengua extranjera. Ahí lo dejaba.
También me reconozco en ese sueño infantil de ser extranjero, aun al precio de no entender nada. ¿Acaso entendían algo los autóctonos? Ser extranjero, en aquellos años, era a lo más que se podía aspirar en la vida. ¡Qué imagen brutal, pienso, la del niño a la búsqueda de un idioma ininteligible, de una vida otra!
Mientras Carlos da detalles acerca de su libro, de su vida en Londres (donde vivió varios años) y de sus viajes a lo largo y ancho del planeta, comprendo que este hombre consiguió su sueño de ser extranjero, aunque pagando el duro precio del desarraigo, de la soledad, del aislamiento. Entonces se me escapa el primer bostezo, que es una señal de alarma. En las situaciones dramáticas, o que vivo como dramáticas, me da, además de por contar, por bostezar, como si me aburriera. Me defiendo así de los excesos de realidad, de la angustia, del pánico. Bostezo en los entierros y en las unidades de vigilancia intensiva de los hospitales como bostezaba de joven en los exámenes y en las entrevistas de trabajo. El bostezo significa que estoy jodido. Estás jodido, Juanjo, me digo, al tiempo de contar con los dedos las sílabas de "estás jodido, Juanjo" (siete, un heptasílabo) y tengo la tentación de preguntar a Santos por sus pequeños ritos contra la enfermedad, contra la mala suerte, contra la desgracia.
Por fortuna, él ha comenzado a hablar ya de la eutanasia, de su necesidad de dejar testimonio para ayudar a que se genere un debate público sobre la cuestión. En este tema, como en todos, se manifiesta de manera muy cerebral, incluyendo datos económicos y estadísticas sobre el suicidio que no me interesan demasiado. Me afectan más los aspectos emocionales, el hecho de que uno tenga que morir, cuando así lo ha decidido, de forma clandestina, en habitaciones de hoteles, en vez de hacerlo en la propia cama, o en la de un hospital, adecuadamente atendido por profesionales y rodeado de los suyos. A Carlos le da igual quitarse de en medio en un sitio u otro, no tiene a nadie y su patria es el mundo. Asegura que conoce Europa como yo conozco las habitaciones de mi casa.
-Cuando vine a Madrid para hablar por primera vez con los de DMD añade me preguntaron cuándo quería hacerlo. "Mañana", contesté, "ya que estoy aquí, mañana". Total, las cuatro cosas que tenía se las había regalado a cuatro o cinco amigos y amigas, y los ahorros se los dejo a DMD, que me dijeron que no les debía nada. Ya lo sé, contesté, pero qué hago, no fumo, no bebo y no como porque no encuentro gusto en nada. ¿En qué gasto el dinero? Antes, en Málaga, me encantaba comprar pasteles de Gloria, los mazapanes... Ahora me puedes ofrecer la Luna y no me hará ni sonreír, es que no me provoca, con el problema de los jugos gástricos... Ya no paso gusto comiendo, no paso gusto con nada. Lo que quiero es dejar de vivir, y si puede ser antes, mejor que después. En la pensión sólo he dejado ropa porque no sirve para nada. Me he traído esto.
"Esto" es una cartera de mano con la que ha hecho el viaje desde Málaga y que contiene el último equipaje de su vida: un pijama, una camisa, unos calcetines, unas zapatillas y unos calzoncillos.
Una muda resume él. Se supone que mañana a estas horas ya no me hará falta para nada.
En la cartera hay también un bote, envuelto en una bolsa de plástico, que contiene, me explica, el llamado "cóctel de autoliberación", compuesto por un hipnótico, para quedarse dormido, y un conjunto de medicamentos contra la malaria que a altas dosis resulta mortal. La fórmula está al alcance de los socios de DMD en la llamada Guía de autoliberación, y sus componentes son fáciles de obtener, la mayoría sin receta. Es, por otra parte, la misma combinación que recomiendan casi todas las asociaciones del resto del mundo.
Aunque se ha emocionado hasta las lágrimas al recordar algunos aspectos de su infancia, la actitud general de Carlos es de una frialdad que sobrecoge. Pienso que quizá es su modo de defenderse de este exceso de realidad, como la mía es bostezar o contar vocales, molduras, dedos, lámparas... Recuerdo entonces que en algún momento, cuando nos dirigíamos al hotel, mencionó la posibilidad de hablar con el director para que le hicieran un descuento.
-Me hacen descuento en todos los hoteles añadió cuando me identifico como guía turístico.
¿El diez por ciento? pregunté yo absurdamente.
¡Qué diez por ciento! responde enfadado ¡El cincuenta por ciento por lo menos!
La decisión de quitarse de en medio no había alterado en absoluto sus costumbres. Así, antes de viajar a Madrid fue a Renfe para consultar precios y descuentos teniendo en cuenta que poseía la Tarjeta Dorada para mayores de 60 años. Dado que lo pagó todo con la tarjeta de crédito, consultó también las tarifas del hotel para asegurarse de dejar en la cuenta corriente la cantidad precisa para que cada cual cobrara lo suyo. Y calculó que la mejor hora para tomarse la pócima sería en torno al mediodía, de forma que los voluntarios de DMD que habrían de acompañarle quedaran libres a media tarde: "Mejor que por la noche", decía en el correo electrónico donde enumeraba todos los detalles de orden práctico.
Como la tarde continúa cayendo, y con ella mi estado de ánimo, me levanto y enciendo otra luz que está algo alejada de mi posición. He de dar cinco pasos de ida, pero sólo me salen cuatro de vuelta. Mal asunto.
Lo de Suiza le digo volviéndome a sentar me parece muy frío. He leído algunas cosas que...
Como te he dicho insiste Carlos, yo he nacido en España, pero eso no me hace español. Cuando llegué a Inglaterra, me dijeron: "Mira, Carlos, aquí se hacen las cosas bien, no como en tu país, y se hacen bien desde el principio porque si no hay que volver a hacerlas y eso cuesta tiempo y dinero". Esa era la realidad, los españoles llegaban con las maletas aquellas de madera atadas con una cuerda. Yo era uno de esos. El día que me dijeron "tú eres uno de los nuestros, eres un verdadero profesional", ese día fue para mí... Así que todo eso de la frialdad me la suda, no me dice nada. ¿Qué frialdad? ¿A qué he venido yo aquí, a tomar pastelitos, a bailar unas sevillanas? Ni estoy de humor para bailar sevillanas ni puedo bailarlas, casi no puedo moverme. Defíneme frialdad. A mí lo que me importa es que me digan: "Señor Santos, el día tal, a tal hora, usted se presenta en esta dirección...". Mañana me levantaré, desayunaré por ahí cualquier cosa, y como a las doce o las dos, la hora más temprana, prepararé el potingue, me lo tomo, me tumbo... Los voluntarios de DMD se quedarán conmigo hasta que me haya dormido. En Suiza, con el pentobarbital, son quince minutos. Ya, dejas de respirar, y fuera. Quince minutos, para qué vamos a estar horas y horas y horas.
¿Te gusta leer? se me ocurre preguntar, parezco un idiota.
Sí, he sido un gran devorador de libros, pero ya no puedo. Mi cabeza sólo está ahora en una cosa y no hay nada más. Ya he regalado todos mis libros.
¿Tenías una buena biblioteca?
Sí, grande, muy amplia. Me he deshecho de todo. Soy un hombre de caprichos. Mira qué cinturón llevo.
Se levanta para que lo vea.
Muy bonito, sí digo observando la hebilla, formada por una moneda grande, de plata, donde se lee el lema de la República Francesa (Liberté, Égalité, Fraternité).
Es un cinturón que es una joya, de plata pura. Lo he diseñado yo, lo he hecho yo, es un cinturón único. Cuando he llevado algo encima ha sido diseñado por mí. He cogido un papel y un bolígrafo y me he puesto a dibujar lo que quería. Como siempre he tenido amigos de todo, en Mallorca tenía uno que era joyero y él me hizo mis gemelos, mi anillo...
Lleva cuidado con el escalón le digo, que ya te has caído un par de veces.
... he ido desprendiéndome de todo. Ahora, como ves, no llevo ni cadena al cuello, no llevo nada, el barco ha llegado al fin del viaje.
¿Tienes nostalgia?
No, he vivido una vida buena, rica, que la mayoría de los mortales no han vivido.
¿Y si bajamos a tomar un café?
Como quieras.
Abandonamos la habitación. Cuento mentalmente los pasos que damos hasta el ascensor, los segundos que tarda en llegar, el número de letras de la palabra ascensor (ocho, tres vocales y cinco consonantes, una rareza). Nos instalamos en una mesa de la cafetería del hotel. Yo pido un té verde y él un té con leche fría. Nos traen con la bebida unas pastas que a él no le apetecen. Me las ofrece, pero las rechazo, advirtiendo que le da pena que se queden ahí. En esto, noto en la atmósfera algo que añade desazón a la pesadumbre, como si fuera domingo por la tarde. Y no es domingo, es martes, pero caigo en la cuenta de que ese martes es fiesta en Madrid (la Almudena). He de irme, me digo, he llegado a mi límite, no soy capaz ya de reprimir los bostezos, ni de dejar de contar, he contado los botones de la chaqueta del camarero, el número de baldosas del suelo, el número de patas que suman las de todas las sillas de la cafetería... Carlos Santos sólo quería de mí que le ayudara a dar testimonio de su decisión para provocar un debate acerca de la eutanasia. Me sobra material para dar ese testimonio, para que se abra, una vez más, la discusión. No quiero verme en este hombre mayor (que va a morir mañana) cada vez que se lleva la taza a los labios, cada vez que recuerda su voluntad de convertirse en extranjero, cada vez que me mira con esa mezcla de desamparo y desafío característica de mi mirada. La solidaridad tiene límites, y creo haber alcanzado los míos. Debes protegerte, me digo.
-Si me pides que te cuente un día normal de mi vida... -está diciendo en esos instantes Carlos Santos.
Te lo pido digo.
Me levanto a las ocho, ocho y media de la mañana. A las nueve y media o a las diez salgo ya de casa. ¿Adónde voy? A la biblioteca. ¿Por qué? Porque, primero, necesito estar sentado, no puedo estar de pie. Segundo, no puedo estar en un café tres o cuatro horas leyendo los periódicos y tomándome un té. En la biblioteca no tengo que tomarme ni el té, tengo todos los periódicos a mi disposición y encima subo al primer piso y tengo Internet. Y tengo dos correos, uno solamente para la prensa en inglés, Financial Times, The Economist, The Herald Tribune, The New York Times, The Daily Telegraph..., en fin, la mejor prensa, la que te sigue diciendo qué cojones le pasa a España, que sigue teniendo revalorizados los pisos el 48% y que si así piensan vender. Eso, hace dos semanas. Están al doble de lo que valen y siguen sin bajar. Me paso toda la mañana en la biblioteca, hasta las dos, que cierran. A veces me llevo papel y escribo algo. Como en el hogar del jubilado y vuelvo a la biblioteca hasta las ocho. A esa hora me voy a casa porque es un mal barrio. Es de noche, me da miedo, y ya no salgo. Esto es un día de mi vida de lunes a viernes. Los sábados y los domingos, como no hay biblioteca, me los trato de organizar de otra manera, en un bar agradable que he encontrado, tienen varios periódicos, los leo...
-Bueno, Carlos, te voy a dejar digo en pleno ataque de fobia.
Y enseguida, para atenuar la brusquedad, añado:
¿Te acuestas pronto? ¿Quieres tomar algo o es temprano para cenar?
Hambre dice él no tengo nunca. Si luego tengo hambre, pido algo ligero; si no, me meto en la cama, que estoy cansado.
Me levanto, se levanta, nos miramos como dos personas mayores.
¿Adónde vas? pregunta.
A Gran Vía, para tomar un taxi.
Te acompaño.
Y me acompaña. Es noche cerrada ya y en las calles se respira la atmósfera festiva del domingo, aunque sea martes. En esto se detiene, nos detenemos, me mira a los ojos levantando un poco la cabeza (es algo más bajo que yo) y pregunta:
¿Tú también eres socio de DMD?
También.
Ah, vale dice, y continuamos caminando, ahora en silencio. Es la primera vez en toda la tarde que se establece entre nosotros un silencio que a él no le urge rellenar con palabras.
Ha refrescado digo entonces yo al tiempo de contar las sílabas de "ha refrescado" (cinco, un pentasílabo).
Sí asiente él.
Al llegar a Callao, y como me da la impresión de que tiene miedo a extraviarse, le pregunto si quiere que le acompañe de nuevo hasta el hotel. Dice que no, que aunque las medicinas le desorientan, se ha fijado bien por dónde hemos venido. Nos damos un abrazo largo.
¿Te veré mañana? pregunta cuando nos liberamos del largo abrazo (la expresión "largo abrazo", calculo, tiene once letras, cinco vocales y seis consonantes).
No lo sé miento, pues estoy seguro de que no tendré valor para acompañarle.
Mientras espero la llegada de un taxi, observo a Carlos Santos alejarse de espaldas con los movimientos característicos de un hombre de mi edad.
Al día siguiente, Carlos Santos se levantó, desayunó y salió a la calle para resolver en una sucursal madrileña de su banco un par de asuntos burocráticos todavía pendientes. Al mediodía (sobre las 12.45) subió en compañía de un voluntario y una voluntaria de DMD a su habitación grande y luminosa.
¿Qué os parece si me pongo el pijama? preguntó a los voluntarios.
Antes de que le contestaran, se metió en el cuarto de baño, de donde salió al poco en pijama y con unas zapatillas (no se había quitado los calcetines). Dobló cuidadosamente la ropa de la que se acababa de desprender y la guardó en el armario. A continuación tomó el DNI y lo colocó en la mesa, sobre un pequeño conjunto de billetes bien doblados. Muy cerca, dejó la carta al juez y a la policía.
Luego sacó de su cartera el bote con las pastillas, que ya había pulverizado, y las introdujo en un vaso, echando a continuación una porción de un yogur de fresa que había comprado antes de subir. Revolvió bien con la cuchara hasta lograr una masa homogénea (lo que llevó su tiempo, por la cantidad) y el yogur de fresa se puso azul debido a la reacción química. Se tomó el "cóctel" a cucharadas asegurando a los voluntarios que no estaba tan malo comparado con el aceite de ricino de su infancia. Se encontraba sentado en el sofá, quizá en el mismo extremo desde el que había hablado conmigo el día anterior. Abandonando las zapatillas en el suelo, colocó los pies (con calcetines) sobre el borde de la mesa baja y esperó los efectos del brebaje contándoles su vida a los voluntarios. Volvió a emocionarse, me dijeron, cuando recordó algunos pasajes de su desdichada infancia. A medida que pasaban los minutos, hablaba más despacio, pero sin perder en ningún momento la coherencia. Se quedó dormido sobre las 13.40, y media hora después, en medio del profundo sueño, dejó de respirar, sin estertores, sin sufrimiento, sin dolor, escapando así a un horizonte clínico espantoso. Los voluntarios de DMD abandonaron la habitación dejándolo todo tal y como estaba.
Al día siguiente, a primera hora de la mañana, otro voluntario de DMD telefoneó al hotel para advertirles sobre lo que se encontrarían en la habitación 511. La prensa, como es habitual en estos casos, no dio cuenta del suceso. La muerte de Carlos Santos Velicia, de no ser porque él quiso que quedara testimonio de ella, sólo habría servido para engordar el cajón de sastre de las estadísticas sobre el suicidio. Carlos Santos Velicia tiene siete sílabas, así que, de ser un verso, sería un heptasílabo.
---------------------ENGLISH VERSION-----------------------------------------
Carlos Santos was a man of the world. She loved life so much he wanted his rule until the end. He had an incurable tumor. He was sentenced to die in pain. But he rebelled. Association attended the Right to die with dignity. They accompanied him on his last wishes. On 10 November decided to take the lead to disease. Breakfast and took a walk before taking a lethal cocktail. He died sleeping in a hotel room. Before wanted to tell his story. Claimed that his case would serve to reopen the debate on euthanasia.
Typically, older people are not reflected in the people of his age, but an exception will tell you that I lived on 9 November, to meet Velicia Carlos Santos, a man of 66 years (two more than me) had traveled to Madrid to take his life. It was after eating, at your company through the Puerta del Sol, towards downtown hotel that would expire the next day, when I discovered the existence of a curious synchronicity between their movement and mine. We were not just a man and another man, were two elderly individuals with tics characteristic of older individuals, two elders to almost any target audience would be situated in the best, in the last third of his life.
"I said, 'Make a living will. You have months"
"My house looks like a pharmacy of pills available"
"I hope that this time tomorrow and be finished"
"I've been getting rid of everything. Now I do not wear or chain around your neck, do not wear anything. The boat has reached the end of the trip"
"I was a lion with women. Today I am a kitten tarnished"
"I've lived a rich life, which most have not been able to live"
"Will prepare the potions, I'll take and I Lay"
The hotel room, without achieving the status of a suite, was large and bright and was composed of two distinct spaces, one for sleeping and another to be. The first had a double bed, with their night tables, and second, a sitting area and a coffee table, all ready, as usual, around the television set. Between the two areas was a small step intended to underline the difference of level, the inequality of their functions. The windows, spacious, overlooking a terrace from which to appreciate the rooftops of old Madrid.
Once off, Carlos on one end of the couch, me in the chair closest to that end, shaking mirror accentuated. So while he spoke in a tone which seemed to detect a certain euphoria (the one preceding the final act?), I recognized her eyebrows trimming awkward that I apply to my own and discovered in his nostrils and ears hairs hunts survivors who are often victims, after a certain age, these fibers. It was not all: I also saw in his eyes that curious mixture of defiance and helplessness that I find in mine when I stumble over my face in the mirrors in the elevators.
"I received the first hack-Carlos began to tell me fifteen years ago, when no more give me two serious heart attacks. In the second, according to all devices on the wall, was dead. You know that everything is monitored on the screens and the screens were dead. And me too. These bastards, I thought, now bury me alive. The doctors asked me if I listened to move a finger or blink, but I had no energy for anything. Nothing. Dead, dead. Those things in life, it is obvious that revived and resurrected as a baby crying. It was very hard because I was running, sprinting, and I had to give up sport. I have two pieces of heart necrosis. That will not ever recover. I have heart failure, tachycardia and arrhythmia.
"But it seems that you could lead a fairly normal life since I heard myself say.
In normal thing! I had come down, land. I spent three or four years too bad because I felt useless. I stopped working because the travel agencies would not hire me (it was a tour guide). I wanted to return to work and I did the first I had to go to Seville and I did not. The driver had to stop the bus and call an ambulance took me to the emergency, which the group was abandoned.
So?
I had to acknowledge my life and raised me very well: going to kill me, I thought, but my way, my air, I go to the South Seas. I'll go to Australia, thence to New Zealand. From there go down and when you get to the islands of the South Seas I'll find the wizard in office, I will be friends with him and the night I want to leave him, say "Brujo, place me, I sleep and do not want to wake up." That's what I had in mind, but as John Lennon said, life is what passes you while you insist on doing other things. Well, I do not know what happened. But I was feeling like shit. I've spent ten or twelve years without being with an aunt because he had panicked. The doctors told me: "You're not the lion that was before ...". I've been a lion in every sense: labor, women, everything. Now I am a kitten and tarnish. Aunts, out. There was no life.
While listening to Charles, count the number of lamps in the room, first from left to right and then right to left. And I get the same result, if not a disaster happen. It is an ancient mechanism, child, to deal with anxiety. Count me free. So now I count the fingers of the hands of my interlocutor, always in both directions. And when you get up to go to the bathroom because you have urinary incontinence, I count the steps you take to go and facing the back, and I feel a great relief if your number matches. All this while listening. Telling me now is the herniated disk, which appeared later, and he had to get into the operating room.
It was great he says, because he could not jump. Hardship, deprivation and hardship. The column gave me continuous pain. Until I did resonances and the bug appeared.
What bug?
Radicular cyst did not know since when was there, and is the worst thing you can not run or play because you get paralyzed, the brain.
Is that where the nerve endings come?
Everything. Is the inside of the spine. Is just between the S2 and S3 near the sphincters of the urine and feces.
When did they discover?
A year ago. And I say there is no solution, there is nothing to do. I have said many times, many chiropractors, until the courts gave me 65% disability told me, "Mr. Santos, then you are living will because it months, it has no cure, no solution, there is nothing ". What are you doing? Then I go to the U.S., I buy a gun and I'll shoot, or throw me a bridge ... I have also gone to Málaga buildings that I know, to look from the eighth floor and say: well, if I throw from here I'll kill myself ... But I am a peaceful person, happy to soft music, classical, harmonious, I do not like noise, I've always been a pacifist, I have never fought with anyone, I do not like violence or unpleasant things often attract me mad both homosexuals, when I go are women. And he asked: "But why, what the hell do I have?". And I answered: "You're so sweet, so gentle, so tender, so thin, so skinny, so little, you invite protect you." So I think those options was very nasty. Exit first contacted, the Australians, and then with Dignitas, which is in Switzerland. The Swiss were the ones who gave me the address right to die with dignity in Barcelona, and these, in Madrid. And here I am.
Besides the problem of bowel control, what other way is shown deterioration?
Every time I have less energy. In the morning, when I leave home after breakfast and taken
Are you heavily medicated?
Yes, of course, with all the side effects of medication. My house looks like a pharmacy of pills available.
What kind of pills?
Everything you can imagine, all, forty or fifty boxes, see if there is. In the morning, five or six pills, at noon, five or six days ago, same thing. And at intervals, depending on what hurts me because several others. The fact is that whenever I have to take the pill with me. Look, I'll take one for calm.
You want water from the minibar?
No, the tap.
Carlos Santos retires to the bathroom to take the pill. I note that the light has changed. The sun does not directly in the window, and when we reached the hotel (about 4.30 pm), but the room still seems happy. I'm the one who is somber, awe. While I wait for his return, I reread the letter written to the local police in Madrid, where his death prompted to notify the owner of the boarding house where he lives in Malaga, so that "as I have no family or heirs, has my belongings, clothes, etc., whatever. " Following the signature, adds a kind of postscript begging to withdraw their road car "before they break or rend." As it slows down, also review the letter to the judge, where his sufferings after summarizing and detailing the terrible future that awaits him as the disease progresses (absolute lack of control sphincters very intense pain, paralysis and death), claims that his willingness to die is the result of its values and that no one has led to this decision it takes on a "free, voluntary, without anyone having to cooperate as necessary, directly or indirectly, to carry it out."
As Charles did not just come out of the bathroom, I start to count, to entertain the waiting, the voice of the letter to the judge. Appears when I go for 65.
Was it a tranquilizer? referring to the pill wonder just taken.
Yes, but low Diazepam 2.5.
And to take things to sleep?
Huy, yeah! I do not do anything either.
The vicious cycle of tolerance and addiction.
There will come a time when ... Well, there will be moments because I hope that this time tomorrow is already finished.
The light in the room has changed again and my mood has darkened. Must be the five and a half or a quarter to six o'clock. I get up and light a lamp while Carlos is now talking about an unpublished book in which he has worked for the last fifteen years of his life. It is entitled The man divided.
- Who is the man divided? wonder.
I'm saying, I and the world. Countries that I have fallen in love, like Italy, India, France ... You know what that is Nepal, Thailand, Brazil, the Dominican Republic, Gambia ...? And Europe and my own home. There is a place that is one of my favorites, the tomb of Galla Placidia in Ravenna. I like to go and be alone there. Land close your eyes to see nothing and let my imagination run and try to imagine what was the prelude to the end of the Western Roman Empire. Actually, I've lived. Others have not lived even half. And I've lived in luxury because it was all paid.
Is your favorite city?
London is my city for many reasons. One, because it was the first site where I found happiness. In Spain was never happy my father beat me fiercely, like the bastards of the Jesuits, did you put your fingers well, end, and gave you the rule. All this, a very unhappy childhood. My father and I lived in a small apartment and child, every morning, I got out of bed, which was in the room, went to the kitchen, which was where the radio, and moved the dial until you hear a foreign language . That left him.
I also recognize in that childhood dream of being a foreigner, even at the cost of not understanding anything. Do you understand anything the locals? Being a foreigner, in those years would be as much as you could hope for in life. What a brutal image, I think, of the child to the search for a language unintelligible, a life again!
While Carlos gives details about his book, his life in London (where he lived for several years) and his journeys across the planet, I understand that this man got his dream of being a foreigner, even paying the heavy price of rootlessness , loneliness, isolation. Then I escaped the first yawn, which is an alarm signal. In extreme situations, or live as dramatic, I do, in addition to counting, yawning, as if I was bored. I defend myself well in excess of reality, anxiety, panic. Yawn at funerals and in intensive care units of hospitals as a young man yawning in exams and job interviews. Yawning means I'm screwed. You're screwed, Juanjo, I say, while counting on his fingers the syllables of "you're screwed, Juanjo (seven, one heptasílabo) and I have the temptation to ask for their little rites Santos against disease, against bad luck against misfortune.
Fortunately, he has begun to speak of euthanasia, its need to give testimony to help generate a public debate on the issue. In this issue, as elsewhere, appears very cerebral, including economic data and statistics about suicide that do not interest me too. Affect me more than the emotional, the fact that one has to die when so decided, in secret, in hotel rooms rather than on the bed itself, or in a hospital, staffed by properly professionals and surrounded by his people. Charles was given the same out of the way in one place or another, has no one and their homeland is the world. Ensures that Europe as I know the rooms of my house.
"When I came to Madrid to speak for the first time with the added DMD asked when I wanted to. "Tomorrow," I replied, "I'm here, tomorrow." Overall, the four things that he had given it the four or five friends, and savings I leave to DMD, they told me they do not owe anything. I know, I replied, but what I do, do not smoke, do not drink and not as I find no pleasure in anything. What do I spend the money? Earlier, in Manchester, I loved Gloria buy cakes, marzipan ... Now you can offer me the moon and I will not smile, you do not provoke me with the problem of gastric juices ... I do not spend like eating, did not go home with nothing. What I want is to stop living, and if it can be before, better than later. In the pension only clothes I have left because of no avail. I brought this.
"This" is a handbag with which he made the trip from Malaga and luggage containing the last of his life: a pair of pajamas, a shirt, socks, slippers and underpants.
One change he summarizes. It is assumed that this time tomorrow I will no longer lack for nothing.
In the portfolio there is also a boat, wrapped in a plastic bag containing, he explains, the "cocktail of self-liberation", comprising a hypnotic, falling asleep, and a set of anti-malaria drugs in high doses fatal. The formula is available to members of DMD in the Guide called self-liberation, and its components are readily available, most without a prescription. It is, moreover, the same combination as recommended by almost all the associations worldwide.
Although it has been moved to tears by recalling some aspects of his childhood, the general attitude of Carlos is a chill overwhelms. I think perhaps is his way of defending this excess of reality, as mine is yawning or having vocal, moldings, finger lamps ... Then I remember that at some point, when we went to the hotel, said the opportunity to speak with the director to make him a discount.
"I do discount on all hotels added when I identify myself as a tour guide.
"Ten percent? I foolishly asked.
What ten percent! angry response Fifty percent say the least!
The decision out of the way had not changed at all its customs. So, before traveling to Madrid was to Renfe for prices and discounts given that had the Gold Card for over 60 years. Since paid it all with the credit card, also consulted the hotel rates to ensure the current account leave the precise amount charged to each his own. And calculated that the best time to drink the potion would be around noon, so that volunteers would accompany DMD remain free mid-afternoon: "Better than at night," he said in the email that listed all practical details.
As the evening continues to fall, and with it my mood, I get up and turn on another light that is somewhat removed from my position. I have to take five steps one way, but I only go back four. Bad thing.
The Swiss say sitting down again seems very cold. I have read some things ...
Like I said insists Carlos, I was born in Spain, but that does not make me Spanish. When I came to England, I said, 'Look, Carlos, here things are done well, not like in your country, and do well from the beginning because if you do not have to go back to them and that costs time and money. " That was the reality, the Spanish arrived with those wooden suitcases tied with rope. I was one of those. The day I said "you're one of us, you are a true professional", that day was for me ... So all this about me cold sweats, I do not say anything. What cold? What I have come here to make cupcakes, dancing around Seville? Not in the mood to dance Sevillanas and I can dance, I can hardly move. Defíneme coldness. To me what matters to me is that I say, "Mr. Santos, the day that, at such time, you appear in this direction ...". Tomorrow I will rise, desayunaré around anything, and at about twelve or two, the earliest time, prepare the potions, I take, I'm lying ... DMD volunteers will stay with me until I'm asleep. In Switzerland, pentobarbital, is fifteen minutes. Ya, stop breathing, and out. Fifteen minutes, what we spend hours and hours and hours.
Do you like reading? I think to ask, I look like an idiot.
Yes, I've been a bookworm, but I can not. My head is now only one thing and nothing more. I've given away all my books.
Did you have a good library?
Yes, large, very wide. I got rid of everything. I am a man of whims. Look what I belt.
Gets up to me to see.
Very nice, I do say watching the buckle, consisting of a large coin silver, which reads the motto of the French Republic (Liberté, Egalité, Fraternité).
It is a belt that is a jewel of pure silver. I've designed myself, I have done is a single belt. When I brought up something designed by me. I took a paper and a pen and I began to draw what he wanted. As I have always had friends of all, Mallorca was one who was a jeweler and he made my twins, my ring ...
Go easy with the step will tell you that you have already fallen a few times.
... I have been getting rid of everything. Now, you see, do not wear or chain around your neck, do not wear anything, the boat has reached the end of the trip.
Are you homesick?
No, I have lived a good life, rich, that most mortals have not lived.
What if we go down for a coffee?
Whatever.
We left the room. Story mentally the steps we take to the elevator, the seconds it takes to get the number of letters in the word elevator (eight, three vowels and five consonants, a rarity). We settled into a table in the cafe. I ask him a green tea and tea with cold milk. We bring a drink with pasta that he does not crave. Offered to me, but the rejection, noting that she is embarrassed to stay there. In this, I notice something in the atmosphere that adds fear to grief, as if it were Sunday afternoon. And it's Sunday, It's Tuesday, but I realize that this Tuesday is a holiday in Madrid (la Almudena). I must go, I say, I have reached my limit, I'm no longer able to suppress the yawns, or to stop counting, I counted the buttons on the waiter's jacket, the number of floor tiles, the number of legs summed all the chairs in the cafeteria ... Carlos Santos just wanted me to help him bear witness to his decision to provoke a debate about euthanasia. I have too much material to give such testimony, to open once again, the discussion. Do not want to look at this older man (going to die tomorrow) every time you take the cup to his lips, every time he remembers his desire to become foreign, whenever I see with this mixture of helplessness and defiance feature my eyes. The solidarity has limits, and I have reached mine. Protect yourself, I think.
"If you ask me to tell you a typical day of my life ... -Is saying in that moment Carlos Santos.
I ask you say.
I get up at eight, half past eight. At half past nine or ten and I go home. Where do I go? A library. Why? Because, first, I need to sit, I can not stand. Second, I can not in a cafe three or four hours reading newspapers and taking my tea. In the library I have to take or tea, I have all the papers at my disposal and climb above the first floor and I have Internet. And I have two emails, one only for the press in English, Financial Times, The Economist, The Herald Tribune, The New York Times, The Daily Telegraph ... Finally, the best press, you keep saying what the hell you goes to Spain, which continues the story revalued 48% and that if they expect to sell. So two weeks ago. They are double what they are worth and are still down. I spend all morning in the library, even the two that close. Sometimes I get paper and write something. As the home of retired and return to the library until eight. At this time I'm going home because it is a bad neighborhood. It is night, I'm afraid, and I do not go out. This is a day of my life from Monday to Friday. On Saturdays and Sundays, as there is no library, I try to organize the other way in a nice bar I've found, have several newspapers, I read ...
"Well, Carlos, I'll let say in full attack of phobia.
And then, to reduce the roughness, add:
Do you go to bed soon? Do you want to drink or is too early for dinner?
Hunger I have never said he did not. If then I have hunger, I have a light, otherwise I get in bed, I'm tired.
I get up, get up, we looked like two old people.
Where are you going? question.
A Great Way to take a taxi.
I'll walk.
And with me. It is already dark night and the streets can feel the festive atmosphere on Sunday, even Tuesday. In this stops, we stop, look me in the eyes raise my head a little (it is shorter than me) and asks:
You too are a member of DMD?
Too.
Ah, it says, and continued walking, now silent. It is the first time all evening that exists between us is a silence that he did not urge fill with words.
Has cooled then I say the time to count the syllables in "has cooled" (five, one pentasyllable).
He nods yes.
Upon arriving at Callao, and as it seems to me that is afraid to stray, I ask if you want to accompany him back to the hotel. He says no, that although the drugs you disoriented, is set well where we have come. We give a long hug.
Will I see you tomorrow? question when we get rid of the long embrace (the expression "long hug", I reckon, has eleven letters, five vowels and six consonants).
I do not know procedure, as I am sure I will not have the courage to go with him.
While I am waiting for a taxi, I see Carlos Santos away back with characteristic movements of a man of my age.
The next day, Carlos Santos got up, ate breakfast and went out to resolve in a Madrid branch of your bank a few bureaucratic issues still outstanding. At noon (about 12.45) rose in the company of a volunteer and a volunteer with DMD to their large, bright room.
What do you think if I put on my pajamas? asked volunteers.
Before he answered and went into the bathroom, "which led to little in pajamas and slippers (no socks had been removed.) Carefully folded clothes that had just come off and put it in the closet. He then took the ID card and placed it on the table, on a small set of neatly folded bills. Nearby, left the letter to the judge and police.
Then he pulled out of the boat holding the tablets, which had already sprayed, and placed them in a glass, then pouring a portion of a strawberry yogurt that I had bought before boarding. Stirred well with a spoon until a smooth dough (which took time, for how much) and strawberry yogurt turned blue due to chemical reaction. It took the "cocktail" with a spoon ensuring volunteers was not so bad compared with castor oil of his childhood. He was sitting on the couch, perhaps at the same end from which he had spoken to me the day before. Leaving the shoe on the floor, put his feet (with socks) on the edge of the table and waited for the effects of the drink by telling his life to the volunteers. Excited again, they said, he remembered some passages from his unhappy childhood. As the minutes passed, he spoke more slowly, but without ever losing coherence. He fell asleep about 13.40, and half an hour later, amid the deep sleep, she stopped breathing, no rales, without suffering, without pain, thus escaping a horrible clinical horizon. DMD volunteers left the room leaving everything as it was.
The next day, first thing in the morning, another volunteer with DMD telephoned the hotel to warn them what would be in room 511. The press, as usual in these cases, did not account for the event. The death of Carlos Santos Velicia, if not because he wanted to remain witness to it, would only have served to fatten the jumble of statistics on suicide. Carlos Santos Velicia has seven syllables, so that if a line would be a heptasílabo.
1 comentario:
Un interesante artículo que refleja la cara más dura de la vida de un enfermo.
Duro de leer y no apto para todos, pero muy valioso.
Cuando te enfrentas día a día con la enfermedad, por momentos parece que no eres dueño de tu vida ni de ti misma.
Un saludo Misionero.
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