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miércoles, 4 de mayo de 2011

Las llamadas que nunca se hicieron...

...miré la hora por última vez. Estaba allí, esperando, bajo la lluvia. Observaba a las personas pasar, a mi lado, guareciéndose, tratando de cobijarse del frío. Algunos me miraban de soslayo. Seguramente se preguntaban, qué hacía allí, impávido. Cómo no podía darme cuenta de que esas gotas calaban hasta el fondo.

Yo no dejaba de rechistar. Repase de nuevo mi reloj, me juraba a mi mismo que nunca más, pero eso ya había dejado de importar. No me quitaba de la cabeza que me habías prometido venir, pero de eso ya hacía 3 días.

Ahora, con la herida abierta, no podía sino quedarme. Esperar era la única opción. Denotaba, por mi parte, la única forma de agarrarme a aquella promesa. Si me iba, si abandonaba mi posición, tus palabras serían, de verdad, las últimas, y me negaba a que eso fuera la realidad que lo terminara todo.

No escuchaba como el viento atormentaba a los edificios. Sonidos tan fuertes, que lo justo era llamarlo huracán. A pesar de todo, del frío, de la angustia, de la frustración, la impotencia, el agua, las miradas, seguía, firme, en mi puesto, a la espera, ávido de una mirada familiar. Pero nada.

Me sumergí en mi pena. Esa pesadumbre que aparece antes de la rendición. Claudicar empezaba a ser inherente a la situación, comenzaba el lento caminar hacia la aceptación de una realidad que ya había saboreado en el pasado.

Allí mismo comenzó mi derrota, aunque yo sabía, desde un principio, que nunca llegaría a verte, bajé sabiendo, conociendo, que todo lo que nos había unido en un momento, en aquel lugar, se iría difuminando con el paso de los segundos. No quise hacer caso de mi intuición, una vez más, la curiosidad, la avidez por obtener información, el querer saborear toda la intensidad de mi vida, obstaculizaron mi capacidad para tomar decisiones basadas en mi propia supervivencia.

Las emociones cargaron, tanto, el ambiente, que pareciera que era inmune a todo lo demás.

Lloré.

Los que allí caminaban, cerca de mi, no se dieron cuenta. Nunca podrían imaginar que un miembro de su comunidad albergaba tanta pesadumbre. Si lo supieran, ¿harían algo?. Supongo que no. Se apartarían, al igual que lo hacen de un mendigo.

Repudiado, así me sentía. Fue imperceptible, pero ya estaba cambiando mi posición. Aceptaba que nunca te vería llegar. Mi cuerpo empezaba a obedecer a la parte de mi mente que gobierna la razón. Aunque mi espiritu se negaba, ya no estaba al mando.

Una razón con toda la fuerza de su parte, me arrancó de aquel lugar. Nunca supe como llegúe a mi destino, realmente ¿estuve allí?. Tal vez la pesadilla, sólo ha sido eso, un mal sueño. ¿Estoy ya despierto?.

Ahora, acompañado de un fuego, reconfortado por su calor, mis ojos se centran en las ascuas, la luz domina mi mundo. Me froto las manos y comienzo a ser consciente de todo. Me doy cuenta de que, desligado de tu recuerdo, avanzo hacia mi futuro con mucha más calma y serenidad.

Fue muy corto lo que compartimos. ¿Por qué el daño, entonces?. Supongo que tu silencio lo hace todo más complicado. Por suerte no huyo de mi mismo. Siempre me tengo para aceptar mi camino.

Allí estaré. Siempre. Conmigo mismo.

1 comentario:

Ius dijo...

Cuando se tiene la capacidad necesaria, se debe hacer caso a la intuición.
Cuando por alguna razón tenemos la capacidad de captar las energías ajenas, debemos aprovecharlo y saber utilizarlo.
No siempre es bueno tener la sensación, y posterior comprobación, de que se va por delante de los acontecimientos, de las actuaciones de las personas y del devenir de la vida. Pero siempre se sacan cosas positivas y ayuda a aprender más de los seres humanos que nos rodean, todo un mundo por descubrir.
Un abrazo desde el Atlántico, querido Misionero.

PD: Si algo llevo grabado en mi piel es que, en el fondo, sólo nos tenemos a nosotros mismos.