Allí mismo, delante de la lluvia, se miraron. Los dos acudieron, para delimitar sus propias vidas, a la cita. No era casualidad que estuvieran allí, en aquel lugar, sin más referencias que una esquina y la luz que proporcionaba su avejentada farola. Un letrero cercano marcaba el camino hacia un 24h cualquiera. Pasen y vean, era su lema... Aquellas dos figuras, que trataban en vano, de prodigarse un cariño inexistente, sabían, cual era su sitio, su lugar en la vida. Habían vivido esta historia antes, y conocían su papel a la perfeccción. La lluvía, la esquina, la farola, la calle, todo era igual que en esas otras ocasiones. Ellos mismos jugaban a ser dioses de sus propias vidas. Así era todo.
No había nadie más por la zona. Estaban solos. La misma soledad que los había empujado a querer encontrarse. Se habían engañado creyendo que se estaban dando una oportunidad. Ninguno decía la verdad. Todo era parte de ese guión, el ya tejido, lleno de guiños al cine, rebosante de palabrería, pero ninguno de los dos apostaba por la durabilidad del personaje secundario. Curiosamente, para cada uno, el secundario era el otro. Era la hora de acabar con ese personaje.
Blandieron sus respectivas armas. Todo sonaba, con estruendo, pero nadie podía oirlo. No suele haber curiosos que quieran observar como dos personas dejan de lado sus mutuos compromisos para convertirse en fantasmas, abandonando lo que luego llamaremos, realidad.
Fue breve. Tanto, que al cabo de nada, ya habían dejado atrás, la esquina, la lluvia, la luz de la forala, los recuerdos...
Ya en casa, uno de ellos mira de reojo su móvil. De alguna manera, algo le invita a buscar en él un consuelo a un hormigueo que no le deja descansar. Tras varios momentos de duda, desiste. Ya no recuerda nada de los sucedido.
Aquello jamás ocurrió. Sólo un pensamiento permanece, constante, perenne; "Yo sigo aquí".....
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