El otro día estaba tomando un café con un viejo amigo mío, Mateo.
Mateo, estaba triste, no tenía un buen día, había tenido una nueva contrariedad en su vida.
Mateo es un buen tío. No de esos que dices que estupenda persona es, ya que habría que conocerlo para ello, pero es amigo de sus amigos, lucha por ellos, es leal.
La verdad es que sabes que puedes contar con él, basta con que lo llames, como hice yo el otro día, necesitaba deshagarme y Mateo siempre responde.
Me dejó hablar, como siempre, yo contándole mis penas, y mis cosas, mis pensamientos, y siempre con la misma sensación, no era necesario explicarme mucho, él me entendía, sabía a ciencia cierta que él no había pasado por la experiencia que le estaba contando, pero a pesar de todo él respondía a mis preguntas, daba su propia opinión del asunto, y me dejaba más tranquilo de que no eran sólo cosas mías.
Es curioso, que no me diera ni cuenta de que en realidad, él estaba peor que yo. Mateo, estaba cumpliendo con su papel, quería que contara con él, y no quería que me detuviese por sus propios problemas.
No me parecía justo, e insistí, insistí en que él soltara prenda, en que dejara parte de su contenido en aquél café.
Mateo, sufría una extraña maldición. No confiaba en nadie por lo que decía, si no por lo que sentía. Le venía de muy antiguo, pero no solía hacer mucho caso de las palabras de los demás. Las palabras se las lleva el viento, como decía aquel. Llevaba toda su vida, sufriendo el mismo desengaño. Las personas más cercanas a él, era a las que más exigía estar a la altura de esas palabras que oía salir de sus bocas.
Una y otra vez, llegaba el día de estar a la altura, y la persona lo decepcionaba. Esta vez le había tocado el turno a Mǎ lì yǎ Ruò sè.
Esta persona, era importante para Mateo, además, ya le había fallado una vez, y Mateo, había decidido perdonarla, pero lo malo, es que si el perdonaba, si el decídía dar otra oportunidad, entonces el listón estaba muy alto.
Cuando hablaba, me di cuenta de que ese listón, no lo ponía él, era puesto según las palabras que decían sus amigos. En el caso de Mǎ lì yǎ Ruò sè, al ser perdonado, Mateo me dijo, que él le dijo que no volvería a fallar, que había aprendido, que estaría a la altura, pero mentía, así mismo y Mateo.
Mateo sufrió una nueva decepción. La sensación de haber una vez más caído en el juego de las palabras, una vez más no quiso hacer caso a las señales, que el mismo había observado que había sentido una y otra vez, porque por lo que yo se de Mateo, es un tipo muy intuitivo, y suspicaz, no se le escapa nada. El problema es que Mateo quiere certezas, certezas absolutas, y él sabe que por mucho que sienta, por mucho que lea entre lineas, puede que esté equivocado, y pone en manos de sus amigos, la verdad.
Ahí radica el fallo principal de Mǎ lì yǎ Ruò sè, no fue sincero, no fue franco, ni consigo mismo ni con Mateo.
Nunca había visto a Mateo tan, no se como decirlo, no era dolido, era triste, al enfrentarse una vez más se enfrentaba a la sensación de sentirse solo, de haber confiado en alguien, en que le diría la verdad, y nada.
Mateo, ya no quiso continuar.
Mateo, me preocupa, tengo miedo de que al final se vuelva un ermitaño, ya no confíe en nadie por creer que la gente miente siempre cuando habla, y solo dicen cosas que les interesan, y cuando cambian, cambian la versión.
Mateo es un buen tipo, como dije, leal, incondicional, no se si me meterá a mi en el saco, y ya no podré contar con él.
¿Por qué os hablo de Mateo?, porque como en cualquier historia, siempre hay algo de realidad y algo de ficción.
¿y tú que opinas?
No hay comentarios:
Publicar un comentario