Más o menos a esta hora, llega a mis oidos el anochecer, ese que cada día, a cierta hora, cada vez más tarde arrabata la luz a nuestro mundo. Adormece las conciencias y nos prepara para los brazos, incansables, de Morfeo.
Todos llegamos a disfrutar de ese momento, y si disfrutar, en alguna ocasión, no es la palabra más adecuada, porque se parece a pasarlo bien, a regocijarse, pues digamos que bienvenido sea, porque he llegado a él, otros, se quedaron en el camino.
Cuando utilizas toda tu mente para, digamos, apostar por anocheceres en tu vida, es porque sabes que después, llegará la noche, esa en la que a oscuras te sientes tan cómodo, disfrutas de la soledad del silencio, todos duermen ajenos a tu historia personal, sólo tú pareces estar en el mundo.
Además, según pasan las horas, tambien uno se deposita en la cálida protección de sus mantas, disfruta, (una vez más), de esa posición, horizontal, por supuesto, dónde llegamos a la antesala de nuestro mundo totalmente particular.
Ante todo, y lo más importante, es que pasado ese tiempo de recuperación, esos momentos donde nuestro cuerpo aturdido, dolido, lleno de sensaciones y sentimientos, cura sus heridas, los sueños nos aparecen para dar sentido a nuestras preocupaciones, hacer real lo importante y mitigar nuestra agonía.
Llega la mañana, la luz, el despertar, ligeros, fuertes, comos si todo hubiera sido "un sueño". Qué curiosa sensación el desperezarse, ¿realmente ocurrió?. Cuando nos encontramos mirando por la ventana como, de nuevo, todo empieza a moverse, incluso aquello que se detuvo en su momento, al final estamos otra vez aquí, y como diríamos en una barra de bar, "otra ronda...", o si fuéramos protagonistas de Casablanca, "Tócala otra vez Sam".
Amanece de nuevo, el sol baña mi cara, recordándome que la noche ya pasó, y que todo me espera delante, sólo tengo que...
...desayunar, primero.
¿y tú qué opinas?
No hay comentarios:
Publicar un comentario